martes, 1 de noviembre de 2016

INDAGACIONES ACERCA DEL ORIGEN DE LOS TRAJES TÍPICOS DE LA OROTAVA


INDAGACIONES Y REFLEXIONES ACERCA DEL ORIGEN 
DEL TRAJE TÍPICO DE LA OROTAVA

A lo largo de este texto se llegará a las siguientes conclusiones principales, que son el resultado de las reflexiones y agrupaciones de ideas a las que ha podido llegar quien suscribe estas líneas:

CONCLUSIÓN 1.- EN GENERAL EN EUROPA LAS VESTIMENTAS CAMPESINAS DE COMIENZOS DEL SIGLO XIX SON BASTANTE DIFERENTES A LAS DE COMIENZOS DEL SIGLO XVIII, DEBIDO A LA LLEGADA DE NUEVAS INDUMENTARIAS QUE TRAJO CONSIGO LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL.

CONCLUSIÓN 2.- LAS MANUFACTURAS TEXTILES EN TENERIFE DISMINUYEN A FINALES DEL SIGLO XVIII DEBIDO A LA COMPETENCIA DE LAS MANUFACTURAS EXTRANJERAS Y AL ABANDONO EN LA ISLA DE LOS CULTIVOS DE LANA Y LINO.

CONCLUSIÓN 3.- LA INDUMENTARIA CAMPESINA TIENE RAÍCES COMUNES EN TODA EUROPA Y EVOLUCIONA LUEGO DE MANERA DIFERENTE EN CADA REGIÓN O ZONA. EL NACIONALISMO ROMÁNTICO ES EL CATALIZADOR DE LA NUEVA TENDENCIA IDENTITARIA A FINALES DEL SIGLO XVIII Y COMIENZOS DEL XIX, QUE SUPUSO UNA RECUPERACIÓN (CON MAYOR O MENOR GRADO DE FIDELIDAD) DE LOS TRAJES TRADICIONALES QUE SE ESTABAN PERDIENDO DEBIDO A LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL. ELLO DA LUGAR A LOS TRAJES REGIONALES DEL SIGLO XIX, QUE EN MUCHOS CASOS CONTINUARON EVOLUCIONANDO HACIA LOS TRAJES TÍPICOS ACTUALES. 
EN ESPAÑA Y OTROS PAÍSES LOS TRAJES TÍPICOS SE UTILIZAN EN SUS INICIOS PRINCIPALMENTE CON MOTIVO DE CELEBRACIONES RELIGIOSAS, RELACIONADAS CON PATRONES LABRADORES O GANADEROS, CON EL IMPULSO DE LA RESTAURACIÓN.

CONCLUSIÓN 4.- HASTA EL SIGLO XIX NO SE DISPONE DE DOCUMENTACIÓN GRÁFICA DE LAS VESTIMENTAS CAMPESINAS DE TENERIFE (NI DE NINGÚN OTRO LUGAR DE CANARIAS). LOS PRIMEROS DOCUMENTOS GRÁFICOS SE LOS DEBEMOS A ALFRED DISTON Y A ANTONIO PEREIRA PACHECO. OTRAS DESCRIPCIONES CONTEMPORÁNEAS O ANTERIORES SON ESCASOS DOCUMENTOS ESCRITOS, SIN IMÁGENES, Y EN CUALQUIER CASO CON ANTIGÜEDAD POSTERIOR A LA MITAD DEL SIGLO XVIII.

CONCLUSIÓN 5.- EN CANARIAS, SEGÚN ESTOS DOCUMENTOS GRÁFICOS Y ESCRITOS, Y SEGURAMENTE DEBIDO A SU LEJANÍA Y AL HABITUAL RETARDO EN LA LLEGADA DE MODAS, A PRINCIPIOS DEL SIGLO XIX AÚN SE CONSERVABA LA VESTIMENTA CAMPESINA TRADICIONAL DE LOS SIGLOS ANTERIORES EN UN GRADO MAYOR QUE EN OTRAS PARTES DE EUROPA. DE AHÍ EL INTERÉS EN DESCRIBIRLA POR PARTE DE LOS VISITANTES EXTRANJEROS O DEL PROPIO DISTON (INGLÉS AFINCADO EN TENERIFE), INFLUIDOS POR EL NACIONALISMO ROMÁNTICO QUE YA IMPERABA EN SUS LUGARES DE ORIGEN.

CONCLUSIÓN 6.- EL COMERCIO DE VINOS DE TENERIFE CON EL REINO UNIDO EN ESA ÉPOCA, PROPICIÓ LA LLEGADA DE TEJIDOS DESDE ESE PAÍS, EN EL CUAL LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL OCASIONÓ UN IMPRESIONANTE AUGE Y EXPORTACIÓN DE PRODUCTOS TEXTILES. FUERON LAS CLASES MÁS ACOMODADAS Y, EN SEGUNDO TÉRMINO, LA POBLACIÓN URBANA QUIENES PRIMERO PUDIERON CONSUMIR ESTAS MANUFACTURAS EXTRANJERAS. LA POBLACIÓN RURAL, LA CAMPESINA, QUEDÓ POR TANTO REZAGADA Y, GRACIAS A ESO Y A LA NUEVA SENSIBILIDAD DEL NACIONALISMO ROMÁNTICO E IDENTITARIO, PUDO TOMARSE DE REFERENCIA PARA LOS TRAJES TÍPICOS POSTERIORES.

CONCLUSIÓN 7.- SI A LO LARGO DEL SIGLO XVIII LA POBLACIÓN EN LA ISLA HABÍA AUMENTADO CONSIDERABLEMENTE Y GRAN PARTE DE LOS TELARES SE HABÍAN DESMANTELADO A FINALES DEL DICHO SIGLO, OBLIGATORIAMENTE DEBÍA EXISTIR YA A COMIENZOS DEL SIGLO XIX UNA GRAN IMPORTACIÓN DE TEJIDOS QUE ERAN USADOS POR UNA BUENA PARTE DE LA POBLACIÓN EN GENERAL. AUN ASÍ, PARECE SER QUE DURANTE ALGUNAS DÉCADAS SE SIGUIERON UTILIZANDO EN PARALELO MUCHOS TELARES PARTICULARES DE FAMILIAS CAMPESINAS PARA LA AUTO-CONFECCIÓN DE ALGUNAS PRENDAS.

CONCLUSIÓN 8.- LA VESTIMENTA CAMPESINA TRADICIONAL FEMENINA QUE SIRVIÓ DE INSPIRACIÓN PARA EL TRAJE TÍPICO DE LA FAMILIA MONTEVERDE EN LOS AÑOS 40 DEL SIGLO XIX NO FUE EXCLUSIVA DE LA ZONA DE ICOD EL ALTO O DE LA OROTAVA, SINO AL MENOS DE TODO EL NOROESTE DE TENERIFE, SEGÚN PUEDE APRECIARSE EN LAS LÁMINAS DE DISTON.


Libros utilizados para documentar este artículo junto con la información existente en la 
red de internet (seleccionando la que fuera en apariencia fiable y contrastable) .


D E S A R R O L L O :

    En Europa nos hemos acostumbrado a ver, especialmente con motivo de fiestas o celebraciones religiosas, personas vestidas con trajes típicos. Casi todas las regiones y pueblos tienen su propio vestido, con sus propios colores y formas, zapatos especiales y sombreros. En algunos lugares, los festivales, también tradicionales, son un evento capaz de atraer a personas de todas partes, curiosos por ver la procesión de personas vestidas con sus vestimentas antiguas. La ropa desea provenir de la tradición, se presupone que de origen bastante remoto. De hecho, quiere representar una expresión de la autenticidad de esa comunidad, capaz de preservar esa herencia antigua a través del tiempo. 

    Las pinturas nunca representaron hasta el siglo XIX a los campesinos con trajes típicos. Sin embargo, la sociedad rural siempre ha sido objeto, directo o indirecto, de la pintura en todas las épocas. En muchos lugares de Europa los pintores nunca vistieron antes de esa época a los campesinos de alguna manera que se asemeje a los actuales trajes típicos en esas zonas. Incluso en las pinturas en las que representaban festividades o celebraciones, las prendas pertenecían a un determinado estrato social y los campesinos pobres vestían con ropa gastada. Hasta el siglo XIX las observaciones etnológicas indicaban que el vestuario denotaba la pertenencia a un estatus social específico, pero no a un grupo étnico o nacional. Las ropas de los campesinos eran casi las mismas en toda Europa. Los trajes de los campesinos ni siquiera se consideraban dignos de mención, ya que se consideraban vulgares y sin valor estético.

    Para diferenciarlos, y explicar mejor sus diferencias, denominemos traje típico al que vemos actualmente en las fiestas y procesiones; y traje campesino o tradicional/regional a la que se vestía en los siglos anteriores.

    En algunas regiones de Europa, a finales del siglo XVIII o primera mitad del siglo XIX, se modificó el traje campesino como afirmación de la moda del nacionalismo romántico y debido a la mayor disponibilidad de tejidos manufacturados que propició la revolución industrial. En algunos países parece existir bastante diferencia entre los trajes implantados a partir del finales del siglo XVIII y comienzos del XIX con los que habían llevado los campesinos anteriormente. Aunque los cambios fueron parciales, pues la invasión de influencias francesas del siglo XVIII que condicionaron el vestir de las clases populares y altas de las principales ciudades, en las clases más bajas se traducen en un apego mayor que nunca a sus tradiciones, reaccionando ante esas influencias con rechazo a las innovaciones.

    De una manera general se podría afirmar que en Europa: "... A partir del siglo XVIII se aprecia el fenómeno de los trajes propios, que cada grupo humano lleva para manifestar su autonomía o afirmar su resistencia a las influencias extranjeras" (Deslandres, 1985:205). Es también una especie de añoranza de las costumbres rurales perdidas por influencia de la revolución industrial, que ha modificado radicalmente sus vidas en un período de grandes cambios.

    Pero no debió ser así en Canarias, donde su lejanía y relativo aislamiento pudo suponer la permanencia a comienzos del siglo XIX de formas de vestir campesinas de los siglos anteriores. Ello justificaría el interés de los visitantes extranjeros en describir en los documentos escritos que se conservan lo pintoresco y antiguo de estas vestimentas. 

    Aun así, los campesinos tinerfeños de comienzos o mediados del siglo XVIII - y de los anteriores siglos - no vistieron uniformadamente exactamente igual que como hoy en día los vemos en las romerías. Aunque algunas prendas se remontan a la conquista o a la época de la colonización, otras adquieren a lo largo del siglo XVIII el patrón definitivo que conocimos en el siglo XIX. Y posteriormente sufren una nueva transformación que les da la forma que llega hasta nuestros días.

    Según Juan de la Cruz, en su libro "Textiles e Indumentarias de Tenerife", "el esquema de la mujer que cristaliza en el siglo XVIII es el mismo que dos siglos antes, en plena colonización, aunque los materiales y algunos complementos evidencian pequeñas transformaciones condicionadas por las modas y por la carencia o abundancia de determinadas materias primas de importación. En cambio el esquema del hombre es genuinamente dieciochesco aunque presenta también anacronismos en algunas prendas y complementos, que se remontan a la conquista".

    En Tenerife las manufacturas textiles en el siglo XVIII han sido objeto de estudio, tanto para la lana como para el lino. 
    
    Según Juan de la Cruz, en su libro Los Trajes Típicos de La Orotava, en La Palma y El Hierro los trajes que se visten actualmente para representar a la isla fueron realmente vestidos por las antiguas poblaciones, aunque con manifiestos síntomas de degradación o muy adulterados.

    Continuando con ese mismo autor, el origen de los trajes típicos de Tenerife, La Gomera y Lanzarote se encuentra en una transformación de los modelos tradicionales utilizados por los campesinos.

    Y los de Gran Canaria y Fuerteventura fueron fruto del diseño en 1923 del pintor Néstor Martín Fernández de la Torre. 

CONCLUSIÓN 1.- EN GENERAL EN EUROPA LAS VESTIMENTAS CAMPESINAS DE COMIENZOS DEL SIGLO XIX SON BASTANTE DIFERENTES A LAS DE COMIENZOS DEL SIGLO XVIII, DEBIDO A LA LLEGADA DE NUEVAS INDUMENTARIAS QUE TRAJO CONSIGO LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL. 

CONCLUSIÓN 2.- LAS MANUFACTURAS TEXTILES EN TENERIFE DISMINUYEN A FINALES DEL SIGLO XVIII DEBIDO A LA COMPETENCIA DE LAS MANUFACTURAS EXTRANJERAS Y AL ABANDONO DE LOS CULTIVOS DE LANA Y LINO.

INDUMENTARIA CAMPESINA DE LA MUJER EN TENERIFE (según Luis de la Cruz en el citado libro Textiles e Indumentarias de Tenerife):

    El uso de corpiños (o justillos) es común en Europa durante los siglos XVI al XVIII, ya sea sobre un corsé o en lugar de uno. Para lograr una forma de moda y apoyar el busto, el corpiño se rigidizó con frecuencia con bents (un tipo de caña) o hueso de ballena. El término ("bodice" en inglés) proviene de "pair of bodies", porque la prenda fue hecha originalmente en dos piezas que se unían, con frecuencia mediante cordones. El siglo XVI europeo es testigo de uno de los cambios fundamentales en el vestir: el traje popular femenino, hasta ahora de una sola pieza (vestido talar) se divide en dos, dando lugar a dos prendas para cubrir el cuerpo, de la cintura hacia arriba y de la cintura hacia abajo. El torso quedaba cubierto por la camisa y el justillo y el resto del cuerpo por las enaguas y faldas entre otras prendas. Esta costumbre llega a Canarias con la indumentaria de los colonizadores y casi ha perdurado hasta nuestros días, aunque las prendas originales hayan sido sustituidas por otras más modernas. 

    Esta prendas tenía la ventaja de permitir combinar una falda voluminosa con un corpiño ajustado y de permitir el uso de dos o más corpiños con la misma falda. El corpiño era diferente del corsé de la época porque estaba destinado a ser usado sobre las otras prendas. En períodos anteriores, corpiños y corsés se ataban en espiral, con un cordón continuo. En períodos posteriores, ambos fueron atados como la zapatilla de tenis moderna, con ojales enfrentados entre sí. Esto era más conveniente para las mujeres que tenían que vestirse solas. Un estilo de corpiño diferente y de mediados del siglo XIX fue el de "Agnes Sorel", que lleva el nombre de la amante real francesa del siglo XV Agnes Sorel. Este estilo era para un corpiño de día, con un escote de corte cuadrado que tenía una gran parte delantera y trasera y mangas de alfil. 

    Los "justillos" o "corpiños" eran prendas pequeñas que se ceñían al cuerpo por medio de un largo cordón, enhebrado en una serie de ojetes situados en la parte delantera. Normalmente casi no llegaban a la cintura, siendo muy raro que las partes delanteras se tocaran entre sí, a no ser en la parte inferior. Se hacían con género de lino o de cordoncillo de lana como el que conocemos del siglo XIX perteneciente a la familia Monteverde (realmente familia Betancourt y Molina, como luego se explicará). También se hacián justillos de telas ricas de seda, sobre todo para las mujeres de la ciudad, que para vestirse o disfrazarse de "tapadas" imitaban las vestimentas de las clases menos pudientes. Los colores lisos más utilizados son el amarillo, blanco y rojo, pero también son muy frecuentes los listados de diferentes colores sobre fondo blanco o amarillo. El justillo cumplía la función que tienen en la actualidad los sujetadores y era prenda de uso cotidiano en las clases populares. Hacia mediados del siglo XIX comenzó a caer en desuso.


    Los sombreros forman parte de la indumentaria de Canarias desde tiempos de la colonización, pues ya eran de uso común en la Península Ibérica varios siglos antes de que las Canarias fueran conquistadas. A lo largo del siglo XV se populariza su uso en toda Europa, adoptando variadas formas de ala y copa. En Tenerife, entre 1793 y 1806, sólo existían un sombrerero en Garachico y ocho en Santa Cruz, lo que hace pensar que la gran mayoría de estas prendas se importaban del exterior. En Gran Canaria existían muchos más, sobre todo en Arucas y Firgas, contabilizándose en esas mismas fechas unos treinta sombrereros.

    No parecen haber diferencias notables entre los sombreros de hombre y mujer si observamos los documentos gráficos del siglos XIX. Las mujeres raramente utilizaban el sombrero directamente sobre el pelo, haciéndolo normalmente sobre una mantilla o un pañuelo. En algunos casos, sobre todo en los núcleos urbanos, la mantilla cubría el ala por la parte frontal. Las importaciones de sombreros en el siglo XIX fueron numerosas y de variadas procedencias: Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Portugal,...

    La mantilla llegó a Canarias con los colonizadores y a finales del siglo XX todavía permanecía como prenda de uso cotidiano en algunas mujeres de avanzada edad en la isla de Gran Canaria. Conocida en los siglos XV y XVI como el Mantillo, esta prenda de la familia de los mantos remonta su origen a muchos siglos antes. Según puede apreciarse en las láminas de Diston y de Pacheco, las mujeres de Tejina, Tacoronte, La Esperanza, Icod El Alto, etc,.. usaban mantilla amarilla. La blanca la encontramos también en La Esperanza, Acentejo, Tegueste, La Laguna, Puerto de la Cruz, etc. La roja aparece en las mujeres de Candelaria y de Geneto. La verde en la zona de Chasna.

    Las mantillas se pueden llevar sobre la cabeza o sobre los hombros a modo de chal. En el primero de los casos, se solía poner directamente sobre el pelo o bien llevarse con un pañuelo o con una toca debajo. En el campo se cubría con un sombrero de lana o de fibra vegetal. Y en las ciudades y pueblos más importantes también se portaba con peineta.

    Las tocas están presentes en la indumentaria española desde el siglo XII y en plena vigencia en los siglos XV y XVI. llegaron a Canarias con la colonización, permaneciendo en uso en Tenerife hasta mediados del siglo XIX, donde fueron sustituidas por los pañuelos. Se usaban para cubrir la cabeza y el cuello. Había de tipos semicircular y rectangular. De este último tipo es el ejemplar que se conserva como parte del traje de la familia Monteverde realizado en Icod El Alto, que luego se tratará en este artículo.

    Las camisas fueron traídas a Canarias por los conquistadores y ha seguido vigente hasta nuestros días. En un principio se tejían con lienzo del país, reservando el hilado más fino para las camisas de salir y el más grueso para las del trabajo. También se empleaban telas de importación de aspecto menos rústico, como son las batistas de algodón o hilos y lienzos. Las túnicas coptas parecen ser los antecedentes remotos de las camisas. Las túnicas eran tejidas en una sola pieza en forma de cruz y con un huevo medio para la cabeza, y doblándola en dos se cosía por los laterales. Largas y cortas, llegaron hasta el Imperio Bizantino y han pervivido hasta nuestro tiempo en todas las camisas y blusas del mediterráneo oriental. Cuando se estrecharon las mangas surgió el problema del movimiento de los brazos. Para solucionarlo se recurrió a los "fuelles" en los hombros o los "cuadradillos" en las axilas. En el siglo XV esta prenda era llamada también "alcandora".

    Hasta mediados del siglo XIX el color de la camisa femenina fue, por lo general, el crudo del lino o el blanco del algodón, pero a partir de esa fecha comienzan a ser sustituidas por telas de fabricación industrial. También se utilizaban telas estampadas.

    Los jubones, de la familia de los justillos y con similar historia, se diferencian en que tienen mangas de diferentes tipos. Su posible origen lo podemos encontrar en los "gonetes" del renacimiento, prendas de muy similares características. En Canarias tiene carácter de prenda de fiesta y gala, confeccionándose con telas ricas a base de seda. Los justillos se solían cortar en una o tres piezas, en cambio los jubones se cortaban en seis o màs, aunque los materiales y la forma de forrarlos (sin ningún tipo de relleno o ballenas) es el mismo. Aunque existían jubones con haldetas, fueron más frecuentes los que se cortan en la cintura. Solían fabricarse con ricas telas de seda como el tisú (que además de la seda tenía hilos de plata y oro), terciopelo, damascos, etc. Los jubones también eran usados por las clases populares de las ciudades, aunque ya sin el carácter de prenda de gala que hemos visto para las clases campesinas. Los jubones se utilizaron hasta mediados del siglo XIX, época de grandes cambios hacia otro tipo de indumentaria.

    Las chaquetas están presentes en escasas representaciones iconográficas de la vestimenta de las mujeres de Tenerife. Sólo están presentes en una lámina de los álbumes de Alfred Diston. Eran prendas de abrigo y de salir, y probablemente se confeccionarían con cordoncillo como las de los hombres.

    Las capas pertenecen a la familia de los mantos españoles y su posible antecesor fue la prenda conocida por "mantonet" y/o "mantonina": manto corto propio de la alta edad media. En Canarias las capas cubrían el torso de las mujeres hasta poco más abajo de la cintura, estando constituida por un paño rectangular de 1,50 m de largo por 80 cm. de ancho aproximadamente, fruncido por uno de sus lados más largos para formar el cuello, al que se ciñe por medio de cintas. Tenemos constancia de su uso en Gran Canaria, La Palma y Tenerife. En Tenerife aparece en el traje que se conserva de Icod El Alto de la familia Monteverde y en las láminas de Alfred Diston de la "mujer de Icod el Alto" y la "Vendedora de carbón".

    Las enaguas nacieron probablemente nacieron en el siglo XVI con la ya comentada separación del traje en dos piezas, pero sí podemos constatar que se usaban en el siglo XVII porque existen referencias escritas de las mismas. Con el término enaguas o enagua o naguas se designaba antiguamente en Tenerife a todas las prendas que cubrían el cuerpo de una mujer de la cintura para abajo, tanto las interiores (que eran de lino y cuya acepción se mantiene en la actualidad) como las exteriores (lo que hoy conocemos como fajas o refajos). Recias enaguas de lienzo casero se utilizaban generalmente por las campesinas, aunque no descartaban los lienzos finos y bastos de importación a la hora de confeccionarse las lencerías. 

    Se conocen dos tipo de enaguas confeccionadas con lienzos del país: en una de ellas el vuelo se recoge en la cintura con finos pliegues recogidos en dos mitades que se atan atrás y delante por medio de cintas; en la otra el vuelo se frunce y se cose a un pequeño "casco", que llega desde la cintura a las caderas. Las enaguas sólo se ofrecían a la vista cuando la mujer recogía su enagua exterior o de cordón, total o parcialmente, y estaba considerado de mal gusto que asomaran, lo que solía pasar accidentalmente.

    Las enaguas de cordón están presentes en la indumentaria popular canaria desde prácticamente la conquista, y recibe también los nombres de enagua "de revés y derecho" o también "enagua de lana". El género con el que se confeccionan es el conocido por "cordoncillo" o "revés y derecho". 


    En el siglo XIX comenzó a existir dificultad en conseguir los colores muy saturados y luminosos a los que las mujeres canarias habían sido muy aficionadas, en una época donde la tintorería tradicional, en franca decadencia, estaba a punto de morir y aparecían los colorantes artificiales.

    Observando las ilustraciones de A. Diston se puede deducir que en la gran mayoría de los trajes de diario o trabajo de las mujeres las enaguas tienen listados de azul y blanco en diferentes anchos. En los trajes de fiesta, en cambio, son de varios colores combinados, aunque también se dan trajes de diario con enaguas de varios colores. Las enaguas exteriores no sólo se tejían de cordoncillos de rayas, sino también lisas y de un solo color, generalmente azul marino (mujeres de Candelaria y Chasna) o marrón oscuro.

    Aunque la mayoría de las técnicas textiles son comunes a todas las islas del Archipiélago Canario, concretamente este ligamento de sarga y revés y derecho sólo lo hemos encontrato en Tenerife, en especial en enaguas de lana y ceñidores, así como en algunas alforjas. La enagua de cordón solía ir acompañada de dos elementos complementarios: la "faltriquera" (bolsa rectangular con abertura lateral vertical, para llevar el dinero y otras pertenencias) y el "remango" (cordón de lana de unos tres metros de longitud y de diferentes colores, rematado por borlas de lana o diminutos pompones). El remando servía para recoger las enaguas.


    Las basquiñas en Tenerife designan una enagua exterior de seda con adornos de pasamanería, encajes o agremanes en la parte baja del ruedo, normalmente del mismo color. Eran usadas por personas de las clases acomodadas para ir a la Iglesia junto con la mantilla de tela o blondas. En esa época en Tenerife los términos saya y basquiña designaban una misma cosa.


    Otras prendas de la mujer campesina de Tenerife son las medias (de lana o de seda e hilo, y las calcetas son de lino) y los zapatos. Las medias de seda eran prendas de lujo reservado a las clases más pudientes, quedando el uso de la lana y el lino para los campesinos. El uso de las medias y calcetas estaba restringido a los días de fiesta, o las zonas más frías y las épocas del año que así lo exigía, pues el clima de Tenerife permitía en ciertas zonas ir con las piernas desnudas la mayor parte del año. Los tipos de zapatos que existían en el siglo XVI son: borceguíes, botines, zapatos, pantuflas, chapines y alcorques. De todos estos calzados sólo perduraron hasta el siglo XVIII los zapatos que, junto con otros tipos de calzado, fueron utilizados mayoritariamente por las clases populares de Tenerife. Los zapatos de hebillas eran indispensables en los trajes de fiesta o gala, aunque también aparecen en representaciones de trajes de diario de mujer. Las clases más desfavorecidas iban la mayoría del tiempo descalzas, utilizando los zapatos sólo en las fiestas y ceremonias o al transitar por los pueblos o ciudades. No sólo lo hacían por ahorro, sino también por comodidad, pues unos pies acostumbrados a caminar descalzos se iban muy incómodos aprisionados dentro de unos zapatos. Dada la demanda, aparte de los zapatos fabricados en el país, se importaban en gran número.


IMPLANTACIÓN DE LOS TRAJES REGIONALES EN TODA EUROPA (comienzos del siglo XIX). Y EL RESURGIR DE LAS COSTUMBRES Y CELEBRACIONES RELIGIOSAS TRAS LAS GUERRAS NAPOLEÓNICAS Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN, CON EL NUEVO IMPULSO DE LA RESTAURACIÓN.

    El final del siglo XVIII fue un periodo de reformas políticas, económicas, intelectuales y culturales,. Tuvo lugar la Ilustración, pero también un temprano romanticismo, que llega a su máximo esplendor con la Revolución francesa. En el ideario de dicha revolución, la libertad del individuo y la nación se imponen contra el privilegio y las costumbres.

   El Romanticismo fue una reacción contra el espíritu racional y crítico de la Ilustración y del Clasicismo. Los románticos amaban la naturaleza frente a la civilización como símbolo de todo lo verdadero y genuino. Los años de 1820 a 1850 son los de mayor plenitud de la expresión romántica en la pintura. 

    El siglo XIX, marcado por la crisis del Antiguo Régimen y el triple proceso revolucionario de la revolución liberal, la revolución industrial y la revolución burguesa, la reacción a dichas revoluciones fue La Restauración, que intentó restablecer en la medida de lo posible la situación anterior, potenciando de nuevo las costumbres conservadoras y en especial las religiosas. Ello supuso un gran esfuerzo de las monarquías europeas para defender sus tronos, legitimando la tradición y la alianza entre Trono y Altar, en contraposición a los principios revolucionarios, que ponían en la voluntad general el origen de la soberanía (soberanía nacional contra el derecho divino de los reyes).

      Tras la expulsión de Napoleón Bonaparte en 1814, los aliados restauraron a la Casa de Borbón en el trono francés. El periodo que sobrevino, como se ha indicado, se denominó de La Restauración. Pero los gobiernos franceses de Luis XVIII (entre 1814 y 1824) y Carlos X (entre 1824 y 1830) debieron aceptar algunas realidades surgidas con la Revolución francesa, como la monarquía constitucional, el parlamentarismo, la redistribución de la tierra realizada durante las convulsiones de fin del siglo XVIII y la desaparición de los antiguos gremios artesanales.

    La Revolución francesa y las Guerras Napoleónicas habían esparcido, entre 1789 y 1815, el liberalismo político, el nacionalismo e incluso los inicios del socialismo por prácticamente toda Europa. Los monarcas europeos (Juan VI de Portugal, Fernando VII de España, Fernando I de las Dos Sicilias, Fernando I de Austria, Federico Guillermo IV de Prusia, Carlos X de Francia, etc.) percibieron estos movimientos como una amenaza a sus tronos. En respuesta, intentaron asentar su legitimidad monárquica en la defensa del Antiguo Régimen.

    Las Guerras Napoleónicas tuvieron grandes repercusiones sobre el continente europeo. Dos de ellas fueron:

1) En muchos países de Europa, la importación de los idealismos de la Revolución francesa (ideales de democracia, procesos más justos en los tribunales, abolición de los derechos privilegiados, etc.) dejaron un profundo impacto. A pesar de que las reglas de Napoleón eran autoritarias y no cumplían realmente con los ideales para todos que enarbolaba la revolución, para la mayor parte de la población, que no ostentaba privilegios, resultaban menos arbitrarias y autoritarias que las de los monarcas anteriores. Los monarcas europeos encontraron serias dificultades para reponer el absolutismo prerevolucionario, y se vieron forzados en muchos casos a mantener algunas de las reformas inducidas por la ocupación. 

2) Se desató un nuevo y potencialmente poderoso movimiento: el nacionalismo.

    El espíritu revolucionario que se extendió por Italia, y que supuso unos cambios y movimientos de personas y de ejércitos de otros países católicos -que acudieron a defender a los Estados Pontificios- y, por otro lado, la Restauración, fueron algunas consecuencias de las guerras napoleónicas. La Restauración se caracterizó por una aguda reacción conservadora y el restablecimiento de la Iglesia católica como poder político en Francia y en otros países que habían sido enemigos de Napoleón (Austria, Prusia, España, Nápoles,...), que se propusieron cooperar para contrarrestar las ideas liberales revolucionarias.

      La invasión napoleónica de Italia en 1797 no se detuvo ante las puertas de Roma: un año después las tropas francesas entraban en la ciudad. Unidos a los franceses, los revolucionarios italianos exigieron del Papa la renuncia a su soberanía temporal. El 7 de marzo de 1798 se declaró la República Romana y el Papa fue apresado y deportado a Francia. Napoleón Bonaparte quiso regularizar más tarde las relaciones con la Iglesia, lo que quedó plasmado en el Concordato que Francia y la Santa Sede firmaron en 1801. El Papa –lo era entonces Pío VII– regresó a Roma, de donde retornó a París para coronar emperador a Napoleón en 1804. Pero pronto el Papa supuso un estorbo en los planes del Emperador, quien en 1809 se adueñó de los Estados Pontificios, los incorporó al Imperio francés y retuvo a Pío VII como prisionero en Savona. Tras las derrotas de Napoleón, el Papa pudo retomar sus posesiones en 1814. Y en el Congreso de Viena de 1815, se reconoció la pervivencia de los Estados Pontificios dentro del nuevo orden europeo, aunque con una ligera merma territorial que fue a parar a poder del Imperio austríaco.

    En España, tras la guerra de la independencia española (1808-1814) y la consiguiente salida de los franceses en 1813, se restauró la monarquía borbónica en la figura del rey Fernando VII (1813-1833). Luego reinaría Isabel II, hija suya y por tanto también Borbón, de 1833 a 1868.

    
    Es de la línea española (Borbón-Anjou) desde donde se desprenden las líneas de los Borbón gobernantes del Reino de las Dos Sicilias (Borbón-Dos Sicilias) - que incluía Nápoles -, del Ducado de Parma (Borbón-Parma), del Ducado de Lucca (Borbón-Parma) y del Gran Ducado de Luxemburgo (Borbón-Nassau). 

       Esta coincidencia de distintas ramas de los Borbón reinando en Francia, España, Dos Sicilias, Ducado de Parma, Ducado de Lucca, etc,... aumentaba las relaciones entre estos países católicos y también con el de los Estados Pontificios, sede central de la Iglesia Católica, que se vería reforzada en la citada Restauración, con un renovado esfuerzo por hacer resurgir ciertos ritos religiosos o costumbres conservadoras, que habían decaído como consecuencia de los citados cambios revolucionarios y liberales en toda Europa, y por el afán de los franceses en prohibirlas durante las invasiones napoleónicas.

       Las revoluciones de 1848 (la Primavera de los Pueblos o el Año de las Revoluciones en Francia, Alemania, imperio austriaco, estados italianos, imperio ruso,...) supusieron una nueva oleada revolucionaria (la tercera) que acabó con la Europa de la Restauración (o sea, el predominio del absolutismo en el continente europeo desde el Congreso de Viena de 1814-1815). Aunque todas ellas fueron reprimidas o reconducidas a situaciones políticas de tipo conservador, su trascendencia histórica fue decisiva. Quedó clara la imposibilidad de mantener sin cambios el Antiguo Régimen, como hasta entonces habían intentado las fuerzas contrarrevolucionarias de la Restauración.

        La idea de nación cambió. Las naciones, tenían que ser antiguas - al menos de origen medieval - y se tuvo que resucitar la idea de una autonomía fuerte, en oposición a la dominación extranjera. De repente, el estrato social más marginado se convirtió en objeto de estudio y de investigación: en toda Europa intelectuales jóvenes cruzaron el país en busca de canciones, poemas, y de tradiciones orales (muchas veces inventadas) que crearan una épica nacional. Hasta el siglo XVIII las identidades colectivas basadas en la religión o en ser súbditos de un mismo rey, habían prevalecido sobre las étnicas.

    En esta Europa abrumada por la revolución estética y cultural del nacionalismo y del romanticismo se afirma una nueva sensibilidad: la búsqueda de raíces y de identidad cultural. El folclore se desarrolla como un concepto nacionalista romántico, y en muchos lugares se aplica principalmente en los actos religiosos. También contribuyó a la unificación de la moda el auge tomado por las revistas y publicaciones especializadas en este tema. La difusión de la moda que desde el siglo XVIII se venía realizando por medio de grabados, se sistematiza ahora con la aparición de las revistas de moda nacidas en Francia e Inglaterra en vísperas de la Revolución Francesa.

    Y las ideas y el empuje de la Restauración implantaron estas nuevas sensibilidades en los actos religiosos, muchas veces con el decisivo apoyo de las familias aristocráticas tradicionales del Antiguo Régimen, que aún ejercían de patrones, mayordomos, cofrades,... de ciertas instituciones religiosas, y a través de la propia Iglesia, para darles mayor lustre y reafirmar su importancia.

    La denominación de trajes típicos (o regionales) apareció en casi toda Europa a finales del siglo XVIII y principios del  XIX con el nacionalismo romántico, que tomó como referencia la indumentaria campesina pero modificándola sustancialmente. 

    En Canarias el nacionalismo romántico llegó cincuenta años más tarde que en otros lugares mejor conectados de Europa, como sucedió con todos los movimientos culturales, Aunque el frecuente comercio con el Reino Unido permitió contar en Canarias desde finales del siglo XVIII con importaciones de telas de manufactura británica (primero de lana y lino y más avanzado el siglo XIX también con una auténtica avalancha de productos de algodón) o de otros lugares.

    El siglo XVIII y comienzos del XIX es un período crucial en la historia de la indumentaria europea, cristalizando la mayoría de los trajes regionales europeos, que más tarde darán lugar a casi todos los modelos de trajes típicos que tenemos hoy en día. Estos trajes de raíces comunes evolucionaron a lo largo del siglo XIX y XX hacia los trajes de cada zona (trajes típicos actuales) condicionados por las circunstancias socioeconómicas y geográficas principalmente. Con un origen común, las modas cultas de las clases superiores influirán en que el traje típico vaya variando ostensiblemente en cada zona, aunque de una manera general se podría afirmar que casi todos los trajes regionales europeos están compuestos por prendas muy similares y de origen común.

    Así pequeñas peculiaridades locales, recogidos en los primeros inventarios etnológicos, cada vez se están poniendo en relieve, codificado y estandarizado, hasta ser en algunos casos completamente "re-inventado"Se enciende entonces la imaginación de los pintores románticos, que comienzan a pintar campesinos con el vestido tradicional y con fondos del paisaje típicos de la nación: fiordos, exuberantes campiñas, llanuras o bosques, viñedos o bosques, bahías de peces o montañas nevadas. Los trajes supuestamente tradicionales se convierten de esa manera en trajes regionales.

CONCLUSIÓN 3.- LA INDUMENTARIA CAMPESINA TIENE RAÍCES COMUNES EN TODA EUROPA Y EVOLUCIONA LUEGO DE MANERA DIFERENTE EN CADA REGIÓN O ZONA. EL NACIONALISMO ROMÁNTICO ES EL CATALIZADOR DE LA NUEVA TENDENCIA IDENTITARIA A FINALES DEL SIGLO XVIII Y COMIENZOS DEL XIX, QUE SUPUSO UNA RECUPERACIÓN (CON MAYOR O MENOR GRADO DE FIDELIDAD) DE LOS TRAJES TRADICIONALES QUE SE ESTABAN PERDIENDO DEBIDO A LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL. ELLO DA LUGAR A LOS TRAJES REGIONALES DEL SIGLO XIX, QUE EN MUCHOS CASOS CONTINUARON EVOLUCIONANDO HACIA LOS TRAJES TÍPICOS ACTUALES. 
EN ESPAÑA Y OTROS PAÍSES LOS TRAJES TÍPICOS SE UTILIZAN EN SUS INICIOS PRINCIPALMENTE CON MOTIVO DE CELEBRACIONES RELIGIOSAS RELACIONADAS CON PATRONES LABRADORES O GANADEROS, CON EL NUEVO IMPULSO DE LA RESTAURACIÓN.

    Una vez codificadas, las costumbres tradicionales se convierten en patrimonio de la nación o la región y se extienden gracias a la industria que ha propiciado la revolución industrial. El caso más emblemático es el del kilt escocés. La falda escocesa es de hecho una invención de un tal Thomas Rawlinson , empresario inglés del siglo XVIII, dueño de hornos en Escocia. Durante una visita a las Tierras Altas vio que los pobres locales usaban una larga manta de lana con motivos de tartán que, cayendo de los hombros, cubrían todo el cuerpo y se detenían a la cintura por un cinturón haciendo que la parte inferior se viera como una falda. Rawlinson tuvo la idea de hacer una falda escocesa, separado de la cubierta, e inventado una tradición con fines puramente comerciales. La falda escocesa es por lo tanto una vestimenta moderna que el movimiento romántico impuso como un signo de "antigüedad" atribuyéndola a los clanes ancestrales, cada uno con su propio color, que en realidad nunca lo usó.

    Para que todo ello sucediera - la expansión de estas nuevas modas - tuvo que haber un período de prosperidad y desarrollo tecnológico que impulsara y "pagara la factura" de estos cambios. El siglo XVIII se caracterizó por una etapa llamada "edad feliz", debido al crecimiento económico y demográfico. Se caracterizó por un progreso y prosperidad para la burguesía europea, aunque también se produce la primera crisis industrial. La industria textil es la más representativa de dicho desarrollo; tiende a instalarse en zonas rurales, táctica que es seguida por otras industrias.


    Y para conocer cómo eran las vestimentas en Tenerife en el primer tercio del siglo XIX tuvimos la suerte de tener como residente durante esos años al inglés Alfred Diston (1793-1861).

    Diston era natural de Lowestoft (condado de Suf-folk). Su afición al mar y a los objetos de navegación eran fruto de sus orígenes (Lowestoft era un animado puerto y sus abuelos habían servido con distinción en la Marina Inglesa, en especial su abuelo el prestigioso capitán John Diston, premiado con privilegios nada comunes por el Gobierno de Dinamarca).

    Tras afincarse en Tenerife, representó y dirigió durante años la empresa comercial Pasley, Little y Co., en el Puerto de la Cruz.  Parece ser que era la única compañía comercial que allá por 1929 había conseguido sobrevivir a la crisis económica que caracterizó esta primera mitad del siglo XIX en Canarias. Esta casa tiene una honrosísima mención en las Miscellanes Canariennes (del francés Sabino Berthelot) donde se expresa que los Sres. Little y Bruce acudieron los primeros en socorro de los damnificados por el temporal de 1826, favorecidos, además, por una suscripción de varios miles de libras esterlinas reunida por un grupo de comerciantes de Londres como respuesta a una emocionante carta de Mr. Mac-Gregor, entonces cónsul inglés en las islas.

    Con más o menos dificultades, la empresa que representaba Diston siguió comprando (para exportar a Reino Unido) vinos, barrilla y explotando tierras para cultivar. En 1848 Diston seguía representando y defendiendo los intereses de la Casa que le había traído a Tenerife. En carta remitida el 6 de junio de 1829 por Alonso de Nava-Grimón y Benítez-de-Lugo a Manuel González Salmón (miembro del Gobierno nacional a quien conocía personalmente de tiempos bélicos y napoleónicos), el marqués citaba a esta empresa al explicar las dificultades en que se encontraba para correr con los gastos del Jardín Botánico del Puerto de la Cruz: "Mis cuentas con la Casa de Pasley y Little, que es la única de comercio que queda ya con formalidad en este país, las cuales no bajaban anualmente de doce a diez y seis mil pesos por el importe de mis vinos, se han reducido en estos últimos años a menos de cuatro mil, aunque en algunos hayan crecido las cosechas y no alcanzan ya, por la enorme baja de los precios, a cubrir mis obligaciones por lo que aquella carga, del Jardín, bien que reducida en la actualidad, se me hacía sumamente pesada e iba aumentando progresivamente mi débito (...)". 

    A partir de 1834, tras la muerte del marqués de Villanueva del Prado, comenzó la relación de Alfred Diston, como socio recién ingresado en la Económica RSEAPT, con el Jardín Botánico del Puerto de la Cruz (la RSEAPT recibió el encargo de su mantenimiento al declinarlo el hijo y sucesor del citado marqués fallecido). Diversos socios de la Económica - que tuvo que asumir en esos años la gestión del jardín botánico - consideraron a Diston como sujeto muy idóneo para desempeñar el cargo de co-responsable de la comisión que debía velar por su cuidado y promoción, que luego en la práctica desempeñó en solitario durante catorce años y en una época de enormes estrecheces y decadencia.

    Diston realizó viajes a varias de las islas del Archipiélago, desplazamientos que quedan reflejados en sus diarios y álbumes, llevando a cabo una extraordinaria labor pictórica y documental de la realidad popular y paisajística de Tenerife y Canarias. En sus acuarelas, aguadas y carboncillos queda refleja la vestimenta tradicional canaria de los distintos parajes, periodos, como trajes de fiestas, de paseo, para acudir a la iglesia; que reflejan la forma de vivir de esas personas, así como las plantas, las flores, las rocas, etc. 

    Una pequeña parte de la obra realizada, a lo largo de su estancia en las Islas, se recoge en la primera edición del manuscrito "Costumes of the Canary islands", publicado en Londres por Smith, Elder and Co. en 1829. 

    Esta obra se encuentra encuadernada en piel verde con cantos e incrustaciones de oro, formando un volumen de 27x37 cm, de 133 hojas (102 de texto y 31 en blanco al final), más 47 láminas y un mapa fuera de texto. Las láminas, de unas dimensiones medias de 18x23 1,5 cm, se hallan pintadas a la aguada, salvo la que representa al normando Jean de Béthencourt. Cada uno de los cuatro ángulos de la orla que encuadra su portada encierra una cruz en forma de trébol de cuatro hojas, en cada una de las cuales se contienen las iniciales M(aría) S(oledad) O(rea) D(iston).


    Pronto hubo una segunda reproducción litográfica en color, apareciendo Diston como autor de cuatro láminas de tipos del país que, con dos mapas también suyos, ilustran la obra Die Canarischen Inseln, de Francis Coleman Mac-Gregor, antiguo cónsul inglés en las islas, impresa en Hannover en 1831. Las Diston a la obra de Mac-Gregor son refundiciones de otras varias de los Costumes y tienen por título: Bauer&Bauerin von Tenerife, 2. Landleute con Hierro Palma & Canaria, 3. Landleute v. Lanzarote u: Fuerteventura y 4. Damen von Tenerife.

    Diston colaboró con Sabino Berthelot en la segunda parte del tomo I de la Histoire Naturelle des Iles Canaries, de las Miscellanées Canariennes, donde se recogen las impresiones de viaje de Berthelot ilustradas con sesenta láminas fuera de texto, muchas de ellas de Diston o suyas ligeramente modificadas por Emille Lasalle.

    El resto de su obra no se editó nunca y su custodia la ha tenido la familia de Lorenzo-Cáceres de Tenerife. El propio cónsul Mac-Gregor al hacer un elogio de Diston indica también que "la totalidad de mapas y láminas para este trabajo debería constar de dos a tres cuadernos, pero hasta ahora sólo ha aparecido el primero de ellos".

    Andrés de Lorenzo-Cáceres y Torres (nacido en 1910), licenciado en Derecho por la Universidad de La Laguna, fue director del Instituto de Estudios Canarios de la Universidad de La Laguna (1936-1952), además de alcalde de La Laguna, consejero del Cabildo Insular de Tenerife y vocal de la Junta Insular de Turismo. Su madre fue María de la Soledad Torres y Edwards, hija a su vez de Plácida Howard Edwards y Diston de Orea. Los padres de Plácida fueron Juan Howard Edwards, vicecónsul del Reino Unido en Canarias (nacido en Funchal-Madeira), y Plácida Diston y Orea Luna y Médicis; lógicamente hija de Alfredo Diston. Andrés de Lorenzo-Cáceres era por tanto bisnieto de Alfredo Diston y de su mujer María Soledad de Orea, nacida de Cádiz y cuyos padres fueron Gonzalo de Orea y Machado de la Guerra y Francisca de Luna-Vargas y Médicis (natural de Lucena).

    Alfred Diston también fue bisabuelo del gran pintor tinerfeño Alfredo Torres Edwards, de quien le viene el nombre de Alfredo.

    "Costumes of the Canary Islands" recoge el vestuario tradicional canario en el apogeo de su desarrollo, cuando gran número de formas y matices son posibles todavía, y en el momento en que estos caracteres peculiares corrían, por evolución, a confundirse en el modelo uniforme que contemplamos en nuestros días.

    El mismo Diston se dio cuenta de la singularidad de dicho instante y en la introducción a su obra escribió las siguientes líneas:

(...) En los países donde prevalece un más alto grado de refinamiento podría parecer extraordinario que una variedad tan grande de vestidos como se muestras en las páginas sucesivas puedan ser usados entre una población de 235.000 almas solamente, apenas contenida entre los límites de 5 grados de longitud; pero una apasionada adhesión de los naturales a las costumbres de sus antepasados permite a los indígenas de esta provincia conservar trajes que no solamente distinguen a los habitantes de una isla de los de otra, sino que aún los de casi todas las ciudades y pueblos de cada una ofrecen tal sello peculiar que una persona habituada a su contemplación a primera vista discierne el lugar al que pertenecen. Es preciso, sin embargo, advertir que en estos últimos años la baratura de las manufacturas europeas les ha ofrecido disculpa para desviarse en cierto grado de sus trajes tradicionales y acaso en unos poco más sería difícil trazar los originales de estos diseños. Es casi innecesario observar que la distinción referida existe solamente entre las clases populares; el nivel superior de la gente sigue la moda europea de vestir, o se aparte de ella únicamente en la medida que el clima requiere" (Lorenzo-Cáceres, 1944: 90).

    Además, como curiosidad añadir que algunos investigadores atribuyen a Diston la introducción alrededor de 1846 de la variedad de la que luego se consideró la platanera canaria o Musa Cavendish/ia (enana), que mejoraba a la variedad existente. La meteorología, después de la botánica, parecía interesar particularmente a Alfredo Diston, quien durante años no descuidó anotar diariamente el estado del tiempo y las temperaturas registradas en el Puerto de la Cruz.



    Por desgracia, y según un artículo de prensa publicado en 2015, desde hace algunos años, un manuscrito único y original, "Costumes of de Canary Islands" y 30 láminas más de trajes están desaparecidos. El último lugar en el que se supo que estaban era la casona de la ya fallecida María del Pilar de Lorenzo-Cáceres y Torres en La Laguna (hermana menor del citado Andrés de Lorenzo-Cáceres y nacida en 1925). Y la gestión del patrimonio y el dinero de dicha mujer entre 2005 y 2009 han sido objeto de un proceso judicial desde 2009. La Sección V de la Audiencia Provincial consideró probado en 2015 que bienes inmuebles y una considerable cantidad de dinero de Mª del Pilar de Lorenzo-Cáceres se los apropió indebidamente una sobrina (se supone que también el manuscrito original de Alfred Diston y las 30 láminas), a la que condenó a cuatro años de prisión por dicho delito (luego reducidos a dos y medio tras el recurso al Supremo), a una multa económica y a devolver una parte del dinero que utilizó sin consentimiento de la legítima propietaria. 

    En esta lámina de 1824 Alfred Diston indicaba que se trataba de una mujer de Icod El Alto en Tenerife. La mujer dibujada obtenía el sustento criando pavos y llevándolos al Puerto de La Orotava para venderlos. Dice que las mujeres de Icod El Alto son sobrias en el vestir, y aficionadas a las mezclas de colores chillones (....)




Misma vestimenta, y seguramente la misma mujer,
 en el álbum de retratos de Alfred Diston de 1829.

CONCLUSIÓN 4.- HASTA EL SIGLO XIX NO SE DISPONE DE DOCUMENTACIÓN GRÁFICA DE LAS VESTIMENTAS CAMPESINAS DE TENERIFE (NI DE NINGÚN OTRO LUGAR DE CANARIAS). LOS PRIMEROS DOCUMENTOS GRÁFICOS SE LOS DEBEMOS A ALFRED DISTON Y A PEREIRA PACHECO. OTRAS DESCRIPCIONES CONTEMPORÁNEAS O ANTERIORES SON ESCASOS DOCUMENTOS ESCRITOS, SIN IMÁGENES, Y EN CUALQUIER CASO CON ANTIGÜEDAD POSTERIOR A LA MITAD DEL SIGLO XVIII. 


    El Reglamento del Comercio con las Indias de 1718, decretado por Felipe V, autorizaba la exportación desde Canarias a América de "los tejidos toscos de lana de sus propias fábricas, por ser muy útiles para el abrigo de la gente pobre y de campo". Se prohibía en cambio la exportación desde Canarias de ropas, sedas, lanas, en bruto o tejidas, etc,...

    Una Real Orden de agosto de 1755 quiso reavivar la industria textil del Archipiélago al concederle amplios mercados en América. Se autorizaba por ella "a conducir a América anualmente la cantidad de 24.000 pesos en manufacturas de las mismas islas, como son tafetanes, cordones, encajes ordinarios, cofias, medias, calcetas, algún lienzo, cajas de dulce y otras menudencias prohibidas en el Reglamento de 1718". Esta cantidad total se repartía a 6.000 pesos a Campeche, 8.000 a La Habana, 8.000 a Caracas y 2.000 a los otros cuatros puertos permitidos a Canarias. 

    Al casar Carlos II de Inglaterra con una infanta de Portugal, Catalina de Braganza en 1762, se rompe al tiempo la exportación de vinos canarios a Inglaterra sustituyéndolos los ingleses por los Madeira y Oportos portugueses. Luego, el acta de navegación de Cromwell da la puntilla al no permitir la entrada en puertos británicos de navíos que no tuvieran dicha nacionalidad, los que se eludía por medio de pabellones portugueses, a los que sí les estaba permitido por el Tratado de Methuen de 1703, o tratados de los paños y del vino, firmado en plena guerra de Sucesión Española.

    El Tratado de Methuen, o tratado de Paños y Vinos, acuerdo entre Portugal e Inglaterra en vigor entre 1703 y 1836 suponía el intercambio entre productos textiles ingleses y vino portugués. El tratado se menciona a menudo como uno de los factores en la supresión de la industria portuguesa y el consiguiente vínculo de la economía del país con la británica, lo que finalmente lleva a la economía portuguesa al estancamiento. Se cree que los resultados del tratado fueron desfavorables para Portugal porque las telas inglesas fueron fabricadas con una técnica refinada, muy superior a las producidas por la industria portuguesa. Además, el aumento de las exportaciones de vino derivado del acuerdo no fue suficiente para equilibrar la balanza comercial entre ambos países, provocando enormes pérdidas a los portugueses, ya que, además del consumo por parte de los ingleses de sus vinos, nunca llegó al mismo. Como cuota del consumo de tejidos ingleses, sus tierras cultivables se convirtieron en gran parte en bodegas, provocando una escasez de alimentos hasta el punto de recurrir a la importación. Así, Portugal, que podría haberse convertido en una potencia económica con el oro explotado de Brasil, terminó volviéndose muy dependiente de la economía inglesa, entrando en un declive económico y político del que nunca saldría.

    A mitad del siglo XVIII las islas ya habían sufrido en su comercio los destrozos de las guerras con Iglaterra: la guerra anglo-española (1739-1740), la Guerra de los Sucesión Austriaca (1741-1748) y la Guerra de los Siete Años (1756-1763), éste último un conflicto que enfrentó a España y Francia contra Inglaterra por el control de las zonas peleteras de Norteamérica y el control de las zonas de pesca en Terranova.

    Las guerras que enfrentaron a España con Inglaterra a lo largo del siglo XVIII y comienzos el XIX fueron las siguientes (que suman unos 41 años en total):

(1702-1714): La guerra de Sucesión Española: tras la muerte sin descendencia de Carlos II de España (de la Casa de Austria) y el ascenso al trono español de Felipe V (de la Casa de Borbón), en 1702 la Gran Alianza a la que pertenecía Inglaterra declaró la guerra a España y Francia.

(1718-1720): España se enfrentó contra la Cuádruple Alianza, de la que formaba parte Gran Bretaña.

(1727-1729): Ante el bloqueo de Portobelo por los británicos, los españoles intentan un fallido asedio para recuperar Gibraltar, contrariamente a lo establecido en el tratado de Utrecht de 1713, ambos países se enfrentaron durante esos años.

(1742-1748): La guerra del Asiento: conflicto de 1739 a 1748 que, a partir de 1742, se integró a la guerra de Sucesión Austriaca librada en Europa.

(1761-1763): Significó el ingreso de España a la guerra de los Siete Años, que se venía librando desde 1756.

(1770) Crisis diplomática por las islas Malvinas de 1770.

(1779-1783): En 1779 España entró en la guerra de independencia de los Estados Unidos como aliada de Francia, en virtud de los Pactos de Familia que ambos Estados mantenían.

(1796-1802): Tras la firma del tratado de San Ildefonso de 1796, España abandonó la Primera Coalición y se alió con Francia en las guerras revolucionarias francesas.

(1804-1809): Tras la batalla del cabo de Santa María y presionada por Francia, España declaró la guerra a Gran Bretaña (hasta la traicionera ocupación de España perpetrada por la Francia de Napoleón).

    En Cabildo General de 15 de abril de 1771 se elige como Diputado a la Corte al marqués de Villanueva del Prado Tomás de Nava-Grimón, para ir a defender en Madrid la libertad de comercio. Le apoya el síndico personero Amaro González de Mesa, que sostenía que "debía pretenderse la libertad de comercio con la misma franqueza que en la Península; pues aunque solamente se concediera la baja de derechos (impuestos), no era bastante para hacerlo útil, porque aquellos vinos, que no tienen estimación en la América, la tienen en Inglaterra, en donde los toman por ropa y otros efectos, cuya salida es menester dársela en la América por la poca salida que tienen aquí". Pero no viajaría Tomás de Nava a Madrid, pues como recién nombrado coronel del Regimiento de Milicias de La Laguna, no obtuvo la licencia para ausentarse; que no le concedió el Comandante General Miguel López Fernández de Heredia. La causa de esta negativa fue el estado de guerra casi declarada con la Gran Bretaña por la cuestión de las Islas Malvinas, que hacía preciso mantener en alarma y vigilancia constante al pequeño ejército regional.

    La exportación de vinos permitió en el siglo XVIII - en los períodos de guerra se complicaba - importar madera para duelas, cereales para cuando las sequías secaban nuestros campos, o traer productos manufacturados desde Londres o Hamburgo; como telas, sedas, herramientas, carne, órganos para las iglesias, plata labrada, figuras religiosas para las iglesias, cera, el spermacetum de ballenas para iluminar las viviendas con los quinqués (que habían sido inventados en 1780), etc...

    A instancias de Amaro González de Mesa, Tomás de Nava-Grimón delegó su representación cabildicia en el palmero José Antonio Van de Walle para gestionar en Madrid el tema del libre comercio. El cual presentó hasta tres Representaciones, que tuvieron el mérito de obtener la Real Provisión de 1772 que concedió a los puertos de las Islas la libertad de comercio con las de Barlovento. - es decir, con Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico, Margarita y Trinidad -, en los mismos términos y forma permitida a los puertos de la Península.

    Las sociedades económicas de amigos del país eran unas asociaciones surgidas en la segunda mitad del siglo XVIII en España —aunque también existieron en otros países europeos, como Irlanda o Suiza— cuya finalidad era difundir las nuevas ideas y conocimientos científicos y técnicos de la Ilustración. Nacieron en el reinado de Carlos III, quien las puso bajo la protección real para que fueran un instrumento del reformismo borbónico. Más de sesenta Sociedades de Amigos del País se constituyeron por toda España entre 1775 y el final del reinado de Carlos III, en 1788.

    La Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife (RSEAPT) se fundó en La Laguna en febrero de 1777, siendo rey Carlos III, para promover el desarrollo social y económico de la isla. 

    Y Carlos III decretó el 12 de octubre de 1778, la definitiva libertad de comercio entre España y América, una de las más trascendentales reformas de su provechoso reinado. Esta importante disposición, que llevaba el título de "Reglamento y Aranceles reales para el comercio libre de España e Indias", con un régimen contributivo aún más beneficioso, y que habilitaba para el comercio 13 puertos metropolitanos (o sea, españoles), entre ellos Santa Cruz de Tenerife, y 24 de América, los más importantes del nuevo Continente. Las bases 53 y 54 del reglamento prejuzgaban el establecimiento en Tenerife del Real Consulado de Comercio, con dobles directrices, directivas y judiciales, en materia de comercio y navegación se demoró hasta el año de 1787; que por Real cédula de 22 de diciembre de ese año se estableció dicho alto tribunal en la ciudad de La Laguna. En una Real cédula de 21 de enero de 1786, Carlos III dispuso también habilitar para el comercio con América los puertos de Santa Cruz de La Palma y el de Las Palmas, que compartían con Santa Cruz de Tenerife el tráfico trasatlántico.

    El Reglamento de 1778 señaló un verdadero momento de esplendor en la historia del comercio hispano-americano, del que como es natural se beneficiaron como las que más las Islas Canarias. (...) la industria, dentro de la modestia en la que se movía por sus cortas posibilidades, progresó , sosteniendo sus mercados en el seno de las clases más humildes americanas, consumidoras de sus burdos tejidos, y el comercio realizó pingües negocios y fue base de cuantiosas fortunas. Lástima que esta prosperidad fuese corta y efímera, según Antonio Rumeu de Armas, pues la ocupación napoleónica en 1808, al precipitar la emancipación de los territorios de ultramar americanos y ocasionar la ruina general de la nación, perturbó y destruyó este progresivo renacer de la nación española y de Canarias al calor de las recién establecidas libertades económicas.

    El tinerfeño Fernando de Molina y Quesada presentó - el 13 de febrero de 1779 - a la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife un Informe sobre el comercio, la industria y otros aspectos económicos. En dicho informe puede leerse: " (...) para acordar acerca del comercio libre se ventila la cuestión de si es útil o nocivo que se naveguen libremente desde este Puerto habilitado a América en los bajeles de nuestra permisión los géneros extranjeros. (...). Si se verificara tal proyecto sería la total destrucción de los telares y demás manufacturas de seda de que resultaría un gravísimo perjuicio a la Provincia (...) va a ser si no mayor poco inferior al ramo de vinos y aguardientes (...). El vino y la seda son cosecha de la Isla y la seda es un material para manufacturas ya establecidas en que se interesa el común (...) ¿Si nuestra seda no se lleva a la América, y no vale, para qué se tejerá  y para qué se plantarán morales? ¿Quién llevaría una pieza de tafetán ni una cinta? (...) ¿No es esto impugnar el Real Reglamento? [el de comercio libre de 1778]. Por pensar en favorecer el comercio no se destruyan las Artes y la Agricultura.".

    La Económica celebró Junta el 27 de ese mes de febrero de 1779, para debatir el tema de la libertad de comercio; es decir, la opción de embarcar géneros extranjeros a Indias desde los puertos de Canarias, como alternativa para compensar la fuerte competencia que sufrían los vinos isleños antes los caldos peninsulares. Y la propia élite lagunera se dividió en posturas contrapuestas. Además de Molina y Quesada, también se oponía Fernando de la Guerra, que estimaba que no debía permitirse el embarque de efectos extranjeros, por estar vedado por la Real Cédula de 24 de julio de 1772. Tomás de Nava-Grimón y Porlier, V marqués de Villanueva del Prado, en cambio, dándose cuenta de que era necesario abrirse al comercio del género extranjero, era partidario de la afirmativa, y finalmente la Económica acuerda estimar la conveniencia de obtener permiso "para embarcar a la América efectos extranjeros en una tercera parte de la carga, sin incluir en ella tafetanes, grodetures, tornasoles, peñascos, gurbiones, anascotillos, pañuelos de seda, blondas, cintas, encajes para mantas, seda torsida para coser y todo género de listonería de fábrica de otros Reinos".

    Siendo director de la Económica RSEAPT Alonso de Nava-Grimón y Benítez de Lugo, VI marqués de Villanueva del Prado, el 14 de enero de 1788 presentó éste un Memorial sobre el comercio con América, en respuesta al encargo solicitado a la Económica por el Consulado de Comercio (creado en 1786), para informar "sobre las ventajas e inconvenientes del comercio con América a partir de la promulgación del decreto de libre comercio de 1778". Una Real Orden de 1786 autorizaba el envío de géneros extranjeros sólo hasta la cuarta parte de la cargazón del buque, con la obligación además de que los destinados al mercado indiano fueran importados expresamente con ese objeto y depositados en la Aduana hasta su embarque, abonando iguales derechos que en la Península. Esta solución no fue del agrado de la clase mercantil canaria, como explica el Memorial de Alonso de Nava, pues las disposiciones del comercio libre no fueron nada favorables a la economía insular. Al ser el vino nuestro único producto exportador, eslabón precioso y necesario de la cadena que nos une con las demás islas, la única posibilidad de ampliar nuestro tráfico americano era la libertad de comerciar con manufacturas extranjeras, cosa posible por el Reglamento de 1778. El 4 de marzo de 1788 el Consulado aprueba el texto redactado por Nava.

    A su vez, los comerciantes malteses [que llegaron de la mano de los Borbones franceses, al suceder en España a los Austrias] introdujeron en las islas a lo largo del siglo XVIII un nuevo tipo de comercio "al fiado" (a crédito) y con una red de vendedoras ambulantes, inundando el mercado y alterando la estructura comercial en los puertos de las islas principales y en las grandes haciendas agrícolas de producción de viñedos. Esto último porque los propietarios de las haciendas antes pagaban una parte de los salarios en especies (textiles, cintas, comida, quincallería, u otros artículos) que habían recibido como pago del mismo comerciante a quien habían entregado la cosecha. Éste acostumbraba a pagar en tres plazos: una parte en metálico, otra en género (artículos varios) y otra tercera en crédito en la tienda (productos de lujo u otros de importación). Y de aquella manera el hacendado no tenía que gastar la parte recibida en metálico en pagar a sus jornaleros. Los malteses desmantelaron este sistema de producción pues los jornaleros empezaron a reclamar sus salarios en metálico para ellos comprar más barato y a crédito en los comercios de los malteses. Ello significó para la élite terrateniente una caída importante de ingresos, también por la creciente dificultad de vender los caldos en el norte de Europa.

    En 1791 la zona norte de Tenerife concentraba la mayor parte de los telares de cordón (para telas de lana) y la producción lanera se concentraba en la zona sur. Pero desde que acaba el siglo XVIII, cae la producción. Lo mismo pasa en el caso del lino, en ambos casos debido a la competencia de manufacturas extranjeras importadas (británicas y francesas) y por emplearse esos terrenos a otros cultivos destinados a abastecer las necesidades alimenticias de una población en rápido crecimiento.  

    A finales del siglo XVIII y principios del XIX el comercio de los caldos vidueños canarios permitió la importación de telas manufacturadas británicas al aprovecharse los barcos llenándolos con mercancías en el viaje de venida para luego retornar con nuestros vinos. 

    La oferta agroexportadora canaria fueron el vino y la barrilla. Entre 1790 y 1815 hubo en Tenerife una etapa de recuperación y auge económico, puesto que las crisis bélicas en ese período arruinaron a los competidores de dicha oferta agroexportadora y eliminaron los obstáculos al libre comercio. Desde Norteamérica nos llegaban harinas, maderas y salazones. De los británicos nos llegaban manufacturas.

    Es de suponer que los mismos barcos que llevaban gran cantidad vinos vidueños a Inglaterra, en su venida vinieran cargados de mercancías para comerciar en las islas Canarias. Entre ellas esos tejidos de colores. 

    En el siglo XVIII, Gran Bretaña ya encabezaba la producción de bienes de algodón baratos, mediante el uso de los métodos tradiciones de la industria doméstica. La Revolución industrial británica, iniciada en la segunda mitad del siglo XVIII, provocó el pase rápido de la producción doméstica del tejido en los talleres, en ocasiones familiares, a las fábricas. Inglaterra se había colocado a la cabeza de la industria textil. Sus fabricantes, respondiendo a los nuevos gustos de la burguesía triunfante, crearon una nueva red de la moda en el vestir, cuya oferta y demanda operaría desde entonces a nivel internacional. El chaleco carmesí se puso de moda a partir de los años veinte del siglo XIX. Los telares, al igual que el mobiliario, se destacaron entonces por la variedad de colores y diseños. El teñido de los tejidos tenía por lo tanto particular importancia y la demanda de colorantes naturales creció vertiginosamente.

    Respecto a los colores, hasta mediados del siglo XIX los únicos tintes disponibles eran de plantas (raramente animales) y la mayoría de esos tintes funcionaban mucho mejor en fibras animales (lana) que en fibras vegetales (algodón, lino). Todos los libros de tinte de época parecían estar preocupados por el rojo más que cualquier otro color. Parece que los esfuerzos de los tintoreros se destinaron principalmente a la producción de colores Chintzes (también conocidos como Indiennes) al estilo indio, o en la producción de hilo teñido para tejer telas a rayas y cuadros.

    Para la lana y la seda, prácticamente todo es técnicamente posible. Un verde brillante y uniforme era bastante difícil de lograr y requería al menos dos baños de tinte, lo que lo convertía en un tejido más costoso. Un negro realmente profundo y apropiado incluso requería hasta tres baños de tinte extremadamente saturados. El costo del teñido era mayor cuanto más profundo, oscuro y saturado era el color. En la lana, aunque se podía teñir fácilmente, aparentemente no solían hacerse patrones o dibujos (p.e. espinas de pescado, sargas de diamante). 

    En el algodón, el azul y el marrón eran fáciles, el rojo y sus derivados (rosa, naranja) se podían hacer, el amarillo no era popular, pero se aplicaba a algunos patrones indienne.

    Desde la última década del siglo XVIII hasta esos momentos el tinte utilizado había sido el pigmento rojo de Turquía. Este colorante pronto quedaría desplazado por el tinte de la cochinilla, de mayor calidad y viveza. El desarrollo de la potente industria textil británico en el siglo XVIII hizo que las importaciones de cochinilla fuesen cada vez mayores.Si el cultivo de la grana (cochinilla) fue posible más delante en Canarias se debió, entre otras razones, a la transformación y cambio que estaba experimentando el desarrollo del capitalismo textil europeo, fundamentalmente el británico. 

    Antes que el Reino Unido, hasta al menos el siglo XVIII, la India podía producir textiles técnicamente mucho más avanzados de lo que podía hacerlo en Europa. La técnica del teñido con mordiente, que proporciona colores intensos que no se desvanecen, fue utilizada por los trabajadores textiles de la India desde el segundo milenio antes de Cristo. Las características distintivas de los textiles indios incluían el uso de un colorante que le da un rojo vibrante, y una gama consistente de motivos decorativos. Pero la India se convertiría en el mayor exportador de textiles que el mundo hubiera conocido hasta entonces, con el comercio alcanzando su apogeo en los siglos XVIII y XIX. Hay muchas otras palabras indias que todavía se usan en inglés y reflejan este período de comercio masivo de textiles. Por ejemplo, calicó, peto, gingham, caqui, pijama, faja, falda y chal. En el siglo XVIII y principios del XIX, la Compañía británica de las Indias Orientales gobernó una gran parte de la India. Finalmente, la Corona británica tomó el control del gobierno de la India, y la Compañía fue abolida en 1858. Para entonces, Inglaterra ya estaba imprimiendo sus propios textiles "indios" con maquinaria y comenzando con tintes sintéticos de nuevo desarrollo. En la década de 1890, la afluencia resultante de telas extranjeras hacia la India se vio cada vez más como una amenaza para la economía textil de la India. Esto provocó protestas masivas y galvanizó un movimiento político para liberar a India del control británico. La explotación británica de la economía y la gente de la India condujo al movimiento swadeshi ("país propio") de la década de 1890. Swadeshi instó a la nación a boicotear los productos extranjeros y comprar productos indios. El principio de autosuficiencia influyó en el líder nacionalista Mohandas Gandhi en su llamado a swaraj ('autogobierno'). Gandhi hizo un llamamiento al pueblo indio para que hilara, tejiera y usara khadi, una tela tejida a mano con hilo de algodón hilado a mano. Él creía que esto traería empleo a las masas y aliviaría la pobreza. En 1921, los nacionalistas indios adoptaron el paño khadi como símbolo de resistencia e incorporaron la rueca al diseño de su bandera.

    En el plano del comercio internacional, la transformación de la industria textil británica (sobre todo la del algodón) hizo posible que los comerciantes ingleses dominaran el mercado textil mundial en una forma y a una escala que no se habían dado jamás. La expansión del comercio ultramarino de tejidos favoreció el proceso general de perfeccionamiento de la industria y la puso en situación de adueñarse del propio mercado europeo. Pasaron muchos años antes de que otros países europeos iniciaran el mismo camino y se situaran en condición de poder competir con los tejidos británicos. Para entonces, los beneficios acumulados en Gran Bretaña eran enormes, y en buena parte se habían invertido ya en otras ramas de la producción. Las exportaciones británicas de textiles de algodón no superaron a las exportaciones de textiles de lana hasta el período de las guerras napoleónicas.

    En Inglaterra el desarrollo de la lanzadera volante de John Kay (1733), la máquina de hilar de James Hargraves (1768), la máquina de hilar de sistema hidráulico de vapor de Richard Arkwrigh, el telar mecánico de Edmund Carteright (1768) y finalmente utilizar las nuevas máquinas de vapor de Watt para hacer funcionar una fábrica de hilados (1785) incrementaron sucesivamente la velocidad del proceso de tejido en un tela y revolucionaron la industria textil. El resultado de la aplicación de estas innovaciones era que, hacia 1812, un hilador  británico podía hacer tanto trabajo como hacían doscientos a mediados del siglo XVIII. Esta sucesión increíble de innovaciones en el transcurso de treinta años (mucho más numerosas e importantes que las que se habían registrado en ”’cualquier sector de la industria textil en los trescientos años anteriores) no podría explicarse si no hubiese habido una, considerable expansión en la producción, única circunstancia que podía justificar tantas y tan costosas inversiones en renovación de utillaje.

    En efecto, de 1780 a comienzos de siglo XIX las exportaciones británicas de tejidos de algodón se multiplicaron por diez. Paralelamente, los aumentos de productividad permitían reducir hasta la sexta parte los precios de algunos productos. Transformaciones semejantes en el breve plazo de dos o tres décadas no se habían producido nunca con anterioridad. No cabe duda de que nos hallamos ante un fenómeno tan nuevo y de tanta magnitud que no es exagerado calificarlo de revolucionario. Este salto hacia delante que dio nacimiento al desarrollo económico moderno es uno de los hitos fundamentales de la historia de la humanidad.

    Francia continuó siendo la principal fuente de vestidos y muebles de lujo durante el siglo XIX, como lo había sido durante todo el siglo XVIII, mientras que la destreza técnica de Inglaterra permitió al país sobresalir en la producción en masa para el consumidor del mercado intermedio.

    Una de las ciudades inglesas a la vanguardia de una revolución industrial de confección de telas fue Leeds, que se dice que fue construida con lana. Allí la industria de la lana comenzó en el siglo dieciséis y continuó en el siglo diecinueve. La construcción de varias rutas de transporte como el canal Leeds - Liverpool y más tarde el sistema ferroviario conectaron Leeds con la costa, proporcionando puntos de venta para la exportación del producto terminado en todo el mundo.

    Las poderosas fábricas de Leeds mecanizadas, las más grandes que el mundo había visto, requerían cantidades cada vez mayores de materias primas y el Imperio Británico en constante expansión ayudaría a alimentar a la bestia salvaje, enviando lana desde lugares tan lejanos como Australia y Nueva Zelanda. Tal comercio continuaría hasta bien entrado el siglo XX, hasta que las poderosas fábricas finalmente se silenciaron cuando las importaciones más baratas del Lejano Oriente inundaron Inglaterra desde principios de los años sesenta del siglo XX.

    Es decir, el crecimiento económico y el impresionante auge de la industria textil británica originó un mercado globalizado de productos textiles, que modificó rápidamente las costumbres y prendas de moda. El nacionalismo romántico de finales del siglo XVIII y principios del XIX supuso un contrapeso y recuperación (con mayor o menor grado de fiedelidad) de los trajes tradicionales, dando lugar a los regionales. 

CONCLUSIÓN 5.- EN CANARIAS, SEGÚN ESTOS DOCUMENTOS GRÁFICOS Y ESCRITOS, Y SEGURAMENTE DEBIDO A SU LEJANÍA Y AL HABITUAL RETARDO EN LA LLEGADA DE MODAS, A PRINCIPIOS DEL SIGLO XIX AÚN SE CONSERVABA LA VESTIMENTA CAMPESINA TRADICIONAL DE LOS SIGLOS ANTERIORES EN UN GRADO MAYOR QUE EN OTRAS PARTES DE EUROPA. DE AHÍ EL INTERÉS EN DESCRIBIRLA POR PARTE DE LOS VISITANTES EXTRANJEROS O DEL PROPIO DISTON (INGLÉS AFINCADO EN TENERIFE), INFLUIDOS POR EL NACIONALISMO ROMÁNTICO QUE YA IMPERABA EN SUS LUGARES DE ORIGEN.

CONCLUSIÓN 6.- EL COMERCIO DE VINOS DE TENERIFE CON EL REINO UNIDO PROPICIÓ LA LLEGADA DE TEJIDOS DESDE ESE PAÍS, EN EL CUAL LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL OCASIONÓ UN IMPRESIONANTE AUGE Y EXPORTACIÓN DE PRODUCTOS TEXTILES. FUERON LAS CLASES MÁS ACOMODADAS Y, EN SEGUNDO TÉRMINO, LA POBLACIÓN URBANA QUIENES PRIMERO PUDIERON CONSUMIR ESTAS MANUFACTURAS EXTRANJERAS. 

CONCLUSIÓN 7.- SI A LO LARGO DEL SIGLO XVIII LA POBLACIÓN EN LA ISLA HABÍA AUMENTADO CONSIDERABLEMENTE Y GRAN PARTE DE LOS TELARES SE HABÍAN DESMANTELADO A FINALES DEL DICHO SIGLO, OBLIGATORIAMENTE DEBÍA EXISTIR YA A COMIENZOS DEL SIGLO XIX UNA GRAN IMPORTACIÓN DE TEJIDOS QUE ERAN USADOS POR UNA BUENA PARTE DE LA POBLACIÓN EN GENERAL. AÚN ASÍ, PARECE SER QUE SE SIGUIERON UTILIZANDO EN PARALELO DURANTE ALGUNAS DÉCADAS MUCHOS TELARES PARTICULARES DE FAMILIAS CAMPESINAS PARA LA AUTO-CONFECCIÓN DE ALGUNAS PRENDAS.

    Pudo coincidir con que a finales del siglo XVIII o comienzos del siglo XIX se comenzaran a importar en más cantidad telas o bayetas de colores inglesas, por los menores precios que con los avances tecnológicos consiguieron. Según Juan de la Cruz, en su libro "Textiles e Indumentarias de Tenerife", deshilachando dichas bayetas inglesas obtenían el estambre que luego tejían según las modas de secuencia de colores de cada lugar. Alfred Diston, según él, describe las enaguas de revés y derecho de la siguiente manera: "las enaguas están hechas de estambre (obtenido de deshilachar bayetas inglesas de colores) tejidas a rayas según la moda del lugar al cual la persona pertenece, y a este género lo llaman del revés y derecho (...)" (Diston, 1824, lámina nº 8)

    A mí, por todo lo explicado anteriormente, en un principio me extrañó ese esfuerzo de deshilachar para luego volver a tejer si había ya un mercado de importación de tejidos disponibles y a buen precio. Hay que tener en cuenta además que en 1824 - como ya se indicó - ya se habían desmantelando la mayor parte de los tejares en las islas, debido a la gran cantidad de tejidos que llegaban desde Reino Unido a precios asequibles y por la reducción de tierras dedicadas al cultivo de la lana o el lino. 

    Pero los registros y documentos al respecto existentes apuntan a que lo de deshilachar para luego tejer nuevamente parece ser cierto. Además, de haber existido esos cambios importantes y recientes en la vestimenta popular, hubieran sido documentados por el propio Diston (sucediendo lo contrario, pues afirmaba que se conservaban las vestimentas de los antepasados); a quien consideramos una fuente bien documentada y conocedora del tema (al contrario que otros visitantes  extranjeros cuyas impresiones y conclusiones en una estancia fugaz bien pudieran ponerse de entrada en cuarentena y pendientes de ratificación). 

    Quizás ese gusto por los colores chillones, que podían dar los distintos tintes que se habían venido utilizando, justifique el interés por tejer nuevamente según la costumbre local de secuencia de colores.

    Una vez que los tejidos de las enaguas estaban terminados según esa secuencia de colores, a continuación sería necesario cortar, coser y realizar la enagua con el correspondiente ruedo, parte alta en sentido de la urdidumbre fruncida/tableada en pliegues/dobleces, urdidumbre inferior de lino, dobladillos, ribeteados, aperturas laterales, etc,...

    El gusto por determinados colores venía determinado por los tintes naturales disponibles en Canarias (algunas desde antiguo), tanto las materias tintóreas del país como las importadas o de origen foráneo:

- Para el rojo: orchilla, la Rubia (o galguitero, Tadaigo, Tazaigo o Azaigo), el palo de Brasil, cochinilla, azafrán de la tierra combinada con barrilla como mordiente, ...

- Para el amarillo: corteza de acebiño (endemismo canrio-maderense), flor de alazor (o azafrán de la tierra) y barrilla, cebolla, flores de escobón, espinero, gualda, retama de tintoreros, ...

- Para el azul: Hierba pastel, añil ( o índigo) americano o de Manila, ...

- Para el verde: cebolla, flores de escobón, espinero, gualda, hojas de higuera, millo, retama de tintoreros, añil a madejas previamente coloreadas de amarillo, palo Fustete (de América tropical y subtropical), 

- Para el naranja: cebolla, semillas de achiote, ...

- Para el marrón: millo, cáscara del fruto del nogal, ...

- Para el negro: Zumaque combinado con mordientes de hierro y materias colorantes como el palo de Campeche, cochinilla "negra" obtenida mezclándola con ceniza, palo de Campeche, ...

- Para el rosa o cereza: flor de alazor (o azafrán de la tierra) hervido en agua,... 

- Para el violeta: palo de Campeche, ...

- Tonos tostados o tejas: cáscara dura del fruto del almendro, palo de Brasil,... 

    La barrilla se utilizó como mordiente o sustancia fijadora del color de los tintes en los tejidos de lana. También se importaban otros productos que, por su gran contenido en determinadas sustancias químicas, fueron utilizados como mordientes o reactivos para obtener determinados matices o colores: el cardenillo (acetato de cobre), caparrosa (sal compuesta de ácido sulfúrico con cobre o hierro(, etc,...
Según se indica en el libro "Textiles e Indumentarias de Tenerife", de Juan de la Cruz, a finales del siglo XIX seguía habiendo tintoreros en Canarias, cuyas fórmulas o recetas guardaban con celo y que, desde siglos atrás, experimentaban continuamente para lograr nuevos matices y colores, así como tintes firmes y resistentes a los factores externos.


    Hay que reafirmar entonces la validez y significado de que afirma Diston en su introducción a Costumes of the Canary Islands, " (...) una apasionada adhesión de los naturales a las costumbres de sus antepasados permite a los indígenas de esta provincia conservar trajes que no solamente distinguen a los habitantes de una isla de los de otra, sino que aún los de casi todas las ciudades y pueblos de cada una ofrecen tal sello peculiar que una persona habituada a su contemplación a primera vista discierne el lugar al que pertenecen. Es preciso, sin embargo, advertir que en estos últimos años la baratura de las manufacturas europeas les ha ofrecido disculpa para desviarse en cierto grado de sus trajes tradicionales y acaso en unos pocos más sería difícil trazar los originales de estos diseños. Es casi innecesario observar que la distinción referida existe solamente entre las clases populares; el nivel superior de la gente sigue la moda europea de vestir, o se aparte de ella únicamente en la medida que el clima requiere

    En otras partes del mismo libro Juan de la Cruz refuerza la idea que él mismo exponía antes en el texto de la mujer del Miradero, pues se afirma que en 1840 Francis Coleman McGregor, visitante de Tenerife, relata que aún en esas fechas " (...) el traje de las mujeres, con excepción en pequeños detalles en el corte, tejido y color, es casi igual en todas las islas; una falda de nankin azul oscura o de una tela listada tejida por ellas - enaguas de cordón - un corpiño ceñido del color deseado, un pañuelo de colores más una corta camisa que sólo les llega hasta las caderas (...)".

    También se apunta en el libro que en 1834 en una carta (no dice de quién) se puede leer: "las mujeres de campo, para hacer las enaguas listadas, que usan de diferentes colores, llamadas de cordón, tienen que comprar bayetas de colores que quieren, especialmente verde, encarnado y amarillo, deshacerlas, cardarlas y volverlas a hilar" (del archivo de la RSAPT Libro 4º Folio 190).

    Y por último se añade que esta costumbre debió practicarse en toda la isla, pues Pereira Pacheco refiriéndose a las mujeres de Tegueste, en 1842 lo relata así: "También tejen con fortales las enaguas de lanas finas de varios colores que usan para sus galas (para estas compran lanas inglesas y acabadas las enaguas les sale por valor de 13 y 14 ps.) y que duran muchos años haciéndolas para diario listadas de azul y blanco solamente" (Pereira, 1848:12)  

    En el libro TAGORO 1, de 1944, editado por el Instituto de Estudios Canarios (cuyo director en aquel entonces era el citado Andrés de Lorenzo-Cáceres y Torres), también se apunta que: en el Fol.19 v. Tenerife. Women of Ycod El Alto. Lám. V, " (...) su enagua de cordón ha sido confeccionada con una tela pesada, de lana especial, que las mujeres del lugar tejen con el hilo obtenido de una bayeta deshilachada a propósito".

    En el libro La Historia de Tegueste, del tinerfeño Antonio Pereira Pacheco y Ruiz, fechado en 1848 (fue prebendado de la parroquia de Tegueste a partir de 1842), bajo el epígrafe Labores de las Mujeres expresa: 
"Todos los pueblos de las islas, como en todos los países, tienen su vestido particular por el cual se distinguen unos pueblos de otros. Las "mugeres" de Tegueste son naturalmente laboriosas y aseadas; su principal ocupación es el telar donde echan lienzos para sábanas, camisas, enaguas, "calsoncillos" y demás necesario para el servicio de su casa y familia, que por lo fuerte de la tela es la única capaz de resistir más tiempo el trabajo violento del campo. También tejen con fortaleza las enaguas de lanas finas de varios colores que usan para sus galas, y que duran muchos años, haciéndolas para el diario listadas de azul y blanco solamente. Para sus maridos e hijos echan de iguales telas calzones, chalecos, chaquetas, y de lanas de carneros del país hacen las medias que gastan ambos sexos. Más la pobreza de algunos para surtirse de estas lanas, ha ido poco a poco introduciendo el uso de algunas telas extranjeras, por costarles más "varatas"; pero que la experiencia les acredita no son propias para el campo, y su duración es ninguna. Con frecuencia se les ve comprar bonitas sarasas, hacer chaquetillas y a pocos lavados los colores se van y en pos de ellos la "varata" tela. Ni las "mugeres" ni los hombres usan al diario medias, en que incluye, además del ahorro lo benigno del climen que les permite ir las piernas desnudas aún en el rigor del invierno, cuando en otros países tiene que ir bien abrigadas. Son honestas en sus vestuarios, y a las funciones de la Iglesia procuran concurrir con el mayor aseo, habiendo ya algunas jóvenes que por desgracia han adoptado usar en tales días "treges" de sarga de seda, mantilla de buena franela inglesa guarnecida de anchas cintas de razo, zapato de seda, y media de algodón inglesa. Todos hilan, y sus ropas comunes ellas las cortan y cosen".

    En el libro, también de Pereira Pacheco, "Colección de Figuras que demuestran los usos y costumbres de la M.N. y Leal Ciudad de La Laguna Capital de la Ysla de Tenerife, y sus Campos Suburbios; con algunos templos y mapas de la ciudad. Año de 1809", cita en su folio 23 titulado "Nobia ó hacendada de Tacoronte, suburbio de La Laguna. Aldeana de Tegues, suburbio de La Laguna. Aldeana de Geneto, suburbio de la Laguna" 

expresa de la de Tacoronte que: "Así en este Campo, como en todos los demás de la Isla, en los días de gala o festivos usan su Juvón de Tisú, u otras telas semejantes, las Naguas de Tafetán y son las que conservan el uso de las perlas, y demás aderezos de piedras"; 

de la de Tegueste que: "Usan ese traje quando van á alguna Romería, o el dia de Novias. Las Naguas y el Juvon de telas de Seda, muchas prendas, y una Evillas de plata que les coxe todo el pie. Son gentes de mucha sencillez y de una moral muy cristiana"; 

y de la de Geneto: "Estas regularmente usan su mantilla de Vayeta encarnada, blanca o amarilla. Las naguas son de un cordoncillo de Lana, que ellas mismas texen. Son estas aldeanas muy laboriosas, robustas y honestas, y regularmente no entran en más modas que las que vieron á sus padres".

    En 1831 Francis Coleman McGregor relata lo siguiente: "...El traje de las mujeres, con excepción de pequeños detalles en el corte, tejido y color, es casi igual en todas las islas: una falda de nankin azul oscura o de una tela listada tejida por ellas - enaguas de cordón - un corpiño ceñido del color deseado, un pañuelo de cuello de colores más una corta camisa que sólo llega hasta las caderas: son las piezas principales de su vestimenta. En la cabeza llevan una mantilla de lino o franela de color verde, blanco, amarilla o negra sobre la cual se colocan un sombrero de paja o fieltro ..." (Coleman, 1831: 79).

    Benigno Carballo Wangüemert en 1862 describe así lo que vio en La Laguna - Tenerife: "...El traje de las mujeres no carece de originalidad. Llevan una enagua de lana cuya tela es fabricada en el país y cuyo color y dibujo consisten en anchas listadas interpoladas de color negro y carmesí, o blanco y negro, o amarillo y blanco, pues tienen distintas combinaciones. Desde la mitad de la enagua hacia abajo, las listas se hacen en sentido inverso con las de la otra mitad, es decir, se corresponden colores distintos..." (Carballo, 1862: 56)

    Por último, en 1764 George Glas describe a los campesinos de Tenerife de esta manera:

    "Los campesinos se visten siguiendo la moda moderna de los españoles, que se parece mucho al vestido de la gente del pueblo en Inglaterra, con la única diferencia que aquí los nativos, cuando se engalanan, llevan largas capas en vez de casacas".
"...Las mujeres de menos rango llevan en la cabeza una gasa de lino basto, que les cae sobre los hombros; la sujetan con un alfiler por debajo de la barbilla, de manera que la parte inferior sirve de pañuelo para cubrir su cuello y su pecho. Por encima de esto, cuando salen, llevan un sombrero de alas bajadas, para proteger sus caras del sol, y sobre sus hombros una mantilla de bayeta, franela o paño de lana. No llevan corsé, sino una corta y ajustada chaqueta acordonada por delante, llevan muchas enaguas, lo cual les hace aparentar desmesuradamente voluminosas" (Glass, 1764: 282-283).

    También sería oportuno investigar e indagar acerca de si el propio Alfred Diston importó a Tenerife - a través de su representada Pasley, Little y Company - ropas manufacturadas británicas. Su empresa exportaba vinos de Tenerife según se explicó antes y las empresas inglesas se sabe que importaban manufacturas. En caso afirmativo, sus dibujos de la indumentaria popular podrían tener un significado mayor para él que la simple recreación de las ropas de los campesinos, pues podría conocer el origen de sus tejidos y telas, como así bien podría parecer de algunos comentarios suyos a pie de cada lámina.

    lo que se refiere a la manta esperancera utilizada por los varones (también conocida actualmente como manta sabandeña), Diston explica en 1824 que "la parte más llamativa de su atuendo consiste en una manta inglesa doblada sobre un trozo de cuerda que se ata alrededor del cuello. Esta forma una capa que lo defiende de las casi diarias lluvias que caen en el elevado lugar donde habita, y en envuelto en ella, pasa la noche sin desvestirse, recostado en el piso de tierra de su miserable choza o en un lecho de paja. Del total de las mantas importadas a Tenerife, ni una cuarta parte es utilizada para cubrir las camas, casi todos los campesinos la llevan como se muestra aquí". Es evidente que en estos años las mantas inglesas (cuya fabricación se realizaba en Inglaterra para cubrimiento de camas) habían sustituido ya a las capas o mantas usadas en los siglos anteriores.  

    En esta misma línea, pero un siglo después (cuando calzones y calzoncillos estaban en fase de desaparición), Francisco de las Barras y Aragón, al asistir a un congreso de Geología celebrado en Canarias en 1926, afirma: "En cuanto a los hombres solo hemos visto alguno que otro con el característico calzón corto y zaragüelle blanco, pero sí entre los mulateros que nos acompañaron en nuestra excursión al Teide había muchos que llevaban la manta típica, que es sencillamente una manta de cama, de las de uso corriente, doblada y fruncida por uno de los lados cortos, por el que se cuelga de los hombros".

    Según explica Juan de la Cruz en su libro "Textiles e Indumentarias de Tenerife", las piezas confeccionadas en los tejares locales del siglo XIX duraban muchísimos años y en algunos casos pasaban de padres a hijos, formando parte del ajuar doméstico a heredar. Quién sabe si algunas de las enaguas de las mujeres de las láminas de Alfred Diston podían tener ya bastantes años desde que fueron confeccionadas.

    En el campo, al contrario de la ciudad, la mayoría del campesinado utilizaba telas producidas en el país (localmente), aunque también consumía productos importados en bruto, hilados, o manufacturados, como podían ser el lino y el algodón. Los tejidos de el país irán desapareciendo ante la llegada de géneros más acordes con las modas imperantes, que facilitaban la confección y que tenían unos precios más baratos. A mediados del siglo XIX el uso de géneros industriales foráneos se va imponiendo a los del país, lo que provocará su paulatina desaparición.



Detalle de nota (alrededor de 1840) para la confección o adaptación de un vestido que se le envía a la lagunera Josefa Espinosa-de-la-Puerta y Tabares (1789-1862), mujer de Rafael Tabares y Franco-de-Castilla (1793-1866), ambos "ñoños", o sea padres del tatarabuelo, de quien suscribe estas líneas. La Doloritas que cita el texto, y que debe de ser para quien era el vestido, era la niña María de los Dolores, que fue el octavo de los hijos del matrimonio, nacida en 1831 y que casó 30 años después con José Bernardo de Molina y Pacheco (que fue alcalde de La Laguna).
El texto, de cierta dificultad de lectura, dice algo así como: "Señora Doña Josefa va el vestido de Doloritas la sarasa y la brusela bara y media de anburgo real (escribe "alem" de alemán? y luego lo tacha y escribe real) bara media bara negro 12 cuartos las ballenas 1 real de cordón de por debajo y los broches 1 real media bara de sarasa negra porque como era de maga (¿maga o manga?) larga no alcanzó con las once una fisca? por su hechura un peso y porta ?? 3 reales más cuarto y medio, es presiones? de las niñas y que aquí hace mucho calor. M.V. (muy vuestro?) a su afn. R.G."

    En 1824 se estaba en España a las puertas de que la revolución liberal supusiera la supresión de los vínculos, mayorazgos y señoríos, siendo la época del fin del Antiguo Régimen. En él se venía sustentando la vieja aristocracia, que habían sido en los siglos anteriores los patronos y benefactores de los templos y conventos. Había surgido una nueva burguesía agraria y comercial, tras las desamortizaciones de los bienes eclesiásticos desde 1835 y de las tierras comunales o de baldíos. Si bien es cierto que, en el caso singular de La Orotava, algunos aristócratas supieron reciclarse y reconvertirse en burguesía agraria, adquiriendo muchas tierras y bienes desamortizados.

    En Tenerife hubo una profunda crisis económica desde 1814 a 1840, pues la viticultura sufrió la competencia de los caldos portugueses. En este contexto de regresión económica y social las olas migratorias se intensificaron. 

    La Restauración que se implantó tras las guerras napoleónicas aprovechó los trajes tradicionales (y los modificó, tuneó y recargó en la mayor parte de los casos) para dar mayor lustre a las celebraciones religiosas con motivo del las festividades de los labradores. Ese podría ser el caso de La Orotava, donde las féminas de la acomodada familia Monteverde, como luego se explicará, participaron en los años 40 del siglo XIX en las procesiones de labradores.

    Las clases menos favorecidas fueron emulando a lo largo del siglo XIX las conductas y gustos de las clases altas, a medida que el desarrollo económico les va permitiendo aumentar su poder y presencia en los rituales identitarios. 

    Fue esta circunstancia la que permitió que los trajes tradicionales/regionales no desaparecieran totalmente con las nuevas formas de vestir que vinieron luego a partir de la segunda mitad del siglo XIX, aunque sólo fuera para esas ocasiones religiosas o especiales. 


IMPLANTACIÓN DE LOS TRAJES TÍPICOS.

    La Restauración se caracterizó por la preponderancia en la Europa continental de las potencias de la Santa Alianza mientras que el Reino Unido se convertía en la potencia dominante en el mundo económico y en las rutas oceánicas, gracias a su ventaja decisiva en la revolución industrial y el dominio de los mares.  

    La reacción a dichas revoluciones fue La Restauración, que intentó restablecer en la medida de lo posible la situación anterior, potenciando de nuevo las costumbres conservadoras y en especial las religiosas. 

    Se podría decir que el período histórico de la Restauración, que potenció fuertemente las tradiciones religiosas como defensa ante los movimientos revolucionarios, influenciada por el Romanticismo y el Nacionalismo, permitió conservar - al menos en parte-  los trajes regionales, ya que a partir de la mitad del siglo XIX la forma de vestir de los campesinos cambió radicalmente y se modernizó como consecuencia de la revolución industrial.

    En una economía agraria como la canaria, la recesión provocada en las primeras décadas del siglo XIX por la pérdida del mercado del vino, y en menor medida, la barrilla y la orchilla, y la emancipación de las colonias americanas, tenía que provocar una crisis coyuntural de serias dificultades económicas. Las economías dedicadas a otras labores no ofrecían trabajo al alto índice de desocupados. Los calados en manos femeninas habían perdido su importancia y en estos momentos suponía más bien una ayuda para la economía doméstica de muchas familias de bajo nivel de ingreso que un recurso económico de importancia nacional. A principio de los años cuarenta se hicieron esfuerzos en cultivar algodón en Tenerife, Santa Cruz y el Puerto de la Cruz para exportar a Inglaterra.

    Las nuevas telas extranjeras de esa época eran más económicas que las del país. Pero no les faltaron críticas, como ocurre hoy en día con la nueva oleada globalizadora de la industria textil: en 1848 Pereira Pacheco deja escrito en Tenerife: "Más la pobreza de algunos para surtirse de estas lanas ha ido poco a poco introduciendo el uso de algunas telas extranjeras por costarles más baratas, pero que la experiencia les acredita que no son propias para el campo, y su duración es ninguna. Con frecuencia se les ve comprar bonitas sarasas, hacer chaquetillas, y a pocos lavados los colores se van, y en pos de ellos la tela barata".

En 1835 se habían clausurado los 5 conventos existentes en La Orotava, todos ellos muy cerca del recorrido de la procesión del Corpus Christi. Tres masculinos (el franciscano de San Lorenzo - luego hospital de Dolores y actual velatorio de San Francisco - , Nuestra Señora de Gracia de los agustinos - actual casa de la cultura y escuela de música - y San Benito Abad de los dominicos - actual museo de artesanía iberoamericana) y tres femeninos (San José de las monjas clarisas, actual ayuntamiento, y San Nicolás Obispo de las dominicas, actual edificio de Correos).


    De 1835 a 1843 la Santa Sede rompió relaciones con España, en desacuerdo con todo lo que estaba pasando, que se reanudaron con la caída de Espartero y con el comienzo del reinado efectivo de Isabel II en 1843. Se inauguró la llamada Década moderada (1844-1854) y se redactó una nueva constitución en 1845 (obra del partido de los moderados), que regresó al modelo de soberanía compartida entre el Rey y las Cortes y reforzó los poderes de la Corona, así como se estableció una aproximación a la Iglesia católica. El artículo 11 declara que la católica es la religión de la nación y que el Estado está obligado a sufragar el mantenimiento del culto. A lo largo del reinado de Isabel II (1833-1868) se produjo la configuración del Estado liberal en España, pero a partir de su mayoría de edad y reinado efectivo se produce el cese del enfrentamiento con la Santa Sede mediante la firma de un Concordato en 1851 con el papa Pío IX (con Bravo Murillo de ministro), que venía a establecer una política de protección de los bienes de la Iglesia católica que quedaban y se frenó la venta de los que todavía estaban en poder del Estado, obteniendo la Iglesia compensaciones económicas. 

    Es en la década moderada cuando parece que hay un nuevo impulso de implantaciones en toda España de nuevas formas de celebrar o adornar ciertas celebraciones religiosas, para dar mayor lucimiento a esas fiestas que venían de hallarse bastante alicaídas y decadentes.

   
A partir de 1840-1850 se implantó en Canarias masivamente el cultivo de la cochinilla o grana, que trajo una nueva etapa de prosperidad económica (1850-1880). Las cepas de viñedos fueron sustituidas por las nopaleras (tuneras) para la producción de cochinilla. La grana para el cultivo de la cochinilla había sido llevada desde México a Cádiz en 1820, al ver amenazado el monopolio de su cultivo en México, que ya apuntaba a una pronta emancipación. De Cádiz se trajo a las Islas Canarias entre los años de 1824 y 1827.

    Esta etapa de resurgimiento económico por la cochinilla a partir de los años 40 del siglo XIX coincidirá con la implantación en La Orotava de los trajes típicos y también con la de las efímeras alfombras de flores en las fiestas del Corpus Christi, ambas tradiciones introducidas por la misma familia Monteverde. Aunque realmente fue el apellido común a todos los protagonistas - el apellido Betancourt y Molina (*) - quien proporcionó el patrimonio necesario (mayorazgos de Betancourt-Castro principalmente), las inquietudes intelectuales, el carácter viajero y los contactos europeos que las hicieron posibles. 

    (*) Tanto Antonio Monteverde Betancourt, como Leonor del Castillo Betancourt (su prima y mujer) eran nietos de Agustín de Betancourt-Castro y Jacques-de-Mesa y de Leonor de Molina y Briones. También el prócer grancanario Agustín del Castillo y Betancourt, conde la Vega Grande de Guadalupe, al que algunos historiadores atribuyen haber traído de Italia la idea de la tradición de las alfombras de flores para la celebración de la octava del Corpus Christi de La Orotava (unos años después también implantada en Vegeta - Las Palmas por un sobrino de Agustín y Leonor: Fernando del Castillo y Westerling).

    Las corrientes del nacionalismo romántico, que muestran su preocupación por la desaparición de las formas de vida tradicional, prosperan en Canarias a partir de finales del siglo XIX. Al igual que sucedió con la implantación de la costumbre de las alfombras de flores para las fiestas del Corpus Christi, La Orotava bien pudo adelantarse medio siglo al resto de las islas, gracias a la iniciativa de la familia Monteverde-Castillo-Betancourt, conocedores de primera mano de las tendencias y modas que sucedían en otros países europeos. 

    Esta familia comenzó a utilizar para las procesiones de San Isidro Labrador unos trajes típicos (conocidos actualmente, tras algunas mutaciones, como trajes de mago de La Orotava) que se han convertido en un símbolo, no sólo de La Orotava y su comarca, sino también de la isla de Tenerife y de toda Canarias.

    El desarrollo de ese nuevo mercado de la cochinilla «hizo a Canarias tan próspera que todas las otras actividades comerciales fueron o descuidadas o abandonadas». y mayores proporciones alcanzaría su expansión con el establecimiento del régimen portuario de las franquicias en 1852. De esta manera, la tunera o penca dejaría de ser una fuente de suministros de frutos de alimentación de las clases bajas para convertirse en la cuna del insecto que más «riqueza» creó en tan poco tiempo.

    El hundimiento del sector vitivinícola había originado que «apareciera el hambre cara a cara entre los isleños» y el gobierno apoyó decididamente la iniciativa de la cría de la cochinilla. Pero no fue hasta 1845 cuando tomó rango de producto importante de exportación. Las islas encontraron en Inglaterra su mejor cliente, como antaño con los vinos, incluso se llegaría a establecer un mercado exclusivo con ella. Todo el dinero y la tierra fue destinado totalmente a la cochinilla, no había otras cosechas y los cultivos de otros tipos, salvo los del cactus para la cochinilla, fueron abandonados.


    Dice la tradición que el traje típico femenino de La Orotava (el primero conocido de la familia Monteverde) fue inspirado en el traje regional que llevaba una mujer de Icod el Alto. Dicha aseveración se sostiene por dos circunstancias:

1) Sostiene dicha tradición que fue tejido y confeccionado en los años 40 del siglo XIX en Icod El Alto por unos medianeros de dicha familia Monteverde, que era propietaria de una finca con casa en dicha zona.

2) Existe un gran parecido de ese traje con dos láminas de Alfred Diston de 1824 de una mujer de Icod el Alto.

Pero en los textos de las láminas de Alfred Diston no se indica que sólo se llevase  ese tipo de vestimenta femenina en esa pequeña zona de Icod El Alto. De hecho, el traje es prácticamente igual a los que aparecen en otras láminas de otras localidades de la zona norte de Tenerife. Alfred Diston, incluso retrata a otra mujer de Icod El Alto con una vestimenta algo diferente.


Mujer de Icod El Alto, con una 
vestimenta de diferente secuencia de colores, pero 
con las mismas prendas.
En otras láminas de Alfred Diston de ese mismo álbum, pueden verse vestimentas femeninas muy parecidas a las de la mujer de Icod El Alto que sirvió de base al actual traje típico de La Orotava.


Mujer del Miradero (caserío entre
 La Guancha e Icod), similar al 
citado anteriormente como de Icod El Alto
Tampoco son muy diferentes las vestimentas que aparecen en el álbum y hacen referencia a otras localidades del norte la isla, siendo similares todos las prendas e incluso colores de la indumentaria femenina:


Mujer de La Victoria,
con balayo en la cabeza y junto a una pitera.




Esperanceros, o sea, de La Esperanza
 en el municipio de El Rosario,
no muy lejos del casco de La Laguna.



Vendedora de carbón, en la zona de La Victoria o La Orotava.
Por la montaña al fondo parece más bien La Orotava.
Aparece ataviada igual que la mujer de Icod El Alto,
pero con pañuelo en vez de toca.
Mujer de Tacoronte, del album de Diston de 1824


Campesinos de Tenerife a comienzos del siglo XIX


CONCLUSIÓN 8.- LA VESTIMENTA CAMPESINA TRADICIONAL FEMENINA QUE SIRVIÓ DE INSPIRACIÓN PARA EL TRAJE TÍPICO DE LA FAMILIA MONTEVERDE EN LOS AÑOS 40 DEL SIGLO XIX NO FUE EXCLUSIVA DE LA ZONA DE ICOD EL ALTO O DE LA OROTAVA, SINO AL MENOS DE TODO EL NOROESTE DE TENERIFE, SEGÚN PUEDE APRECIARSE EN LAS LÁMINAS DE DISTON.

Aunque Antonio Pereira Pacheco indica en 1842 la existencia de variedad en los trajes: "Todos los pueblos de las islas, como en todos los países, tienen un vestido particular por el cual se distinguen unos pueblos de otros" (Pereira, 1842).

Por otro lado, ya se apuntó que Francis Coleman en 1841 relató que: "... El traje de las mujeres, con excepción en pequeños detalles en el corte, tejido y color, es casi igual en todas las islas ...."

Y volvamos a reproducir la introducción a la Costumes of the Canary Islands que realizó Diston: " (...) En los países donde prevalece un más alto grado de refinamiento podría parecer extraordinario que una variedad tan grande de vestidos como se muestras en las páginas sucesivas puedan ser usados entre una población de 235.000 almas solamente, apenas contenida entre los límites de 5 grados de longitud; pero una apasionada adhesión de los naturales a las costumbres de sus antepasados permite a los indígenas de esta provincia conservar trajes que no solamente distinguen a los habitantes de una isla de los de otra, sino que aún los de casi todas las ciudades y pueblos de cada una ofrecen tal sello peculiar que una persona habituada a su contemplación a primera vista discierne el lugar al que pertenecen. Es preciso, sin embargo, advertir que en estos últimos años la baratura de las manufacturas europeas les ha ofrecido disculpa para desviarse en cierto grado de sus trajes tradicionales y acaso en unos poco más sería difícil trazar los originales de estos diseños. Es casi innecesario observar que la distinción referida existe solamente entre las clases populares; el nivel superior de la gente sigue la moda europea de vestir, o se aparte de ella únicamente en la medida que el clima requiere" (Lorenzo-Cáceres, 1944: 90).

Según apunta Juan de la Cruz en su libro "Textiles e Indumentarias de Tenerife", "Aunque no sabemos la fecha exacta de la redacción de la introducción del álbum "Costumes...", si se sabe que Diston lo comenzó aproximadamente en 1829, y en algunas listas figuran fechas de 1848. En esos años ya el autor observaba los primeros síntomas de los grandes cambios que experimentarían nuestras indumentarias a partir de mediados del siglo XIX, para terminar de evolucionar en la década de los ochenta del mismo siglo. Cada vez más, a medida que el tiempo avanza, los trajes irán perdiendo sus características diferenciadoras, haciéndose cada vez más iguales, no solo dentro de la isla sino en todo el Archipiélago". 

Yo añadiría que con esa evolución de finales del siglo XIX no sólo se hacen más iguales, sino que se transforman en otra cosa (ropas manufacturadas en grandes fábricas e importadas) que deja de ser vestimenta tradicional.

Como se ha explicado, algo después de que Diston pintara sus famosas láminas, el formato de vestimenta femenina de Icod El Alto (o de la zona NO de Tenerife) fue adoptado por la familia Monteverde para participar en la procesión de la festividad de San Isidro Labrador en La Orotava.

Aún se conserva el traje típico del tercer cuarto del siglo XIX, perteneciente a la familia Monteverde, que dice la tradición que fue tejido y confeccionado en los años 40 del siglo XIX en Icod El Alto por unos medianeros de la familia Monteverde. Las propietarias fueron en primer lugar Pilar (que fue célibe y no tuvo descendencia) y Catalina Monteverde y del Castillo, que luego parece ser que lo donaron a su sobrina Catalina Monteverde y Lugo. La hija de ésta, Leonor Ascanio Monteverde, que asistió durante muchos años a las romerías ataviada con el traje familiar, falleció sin descendencia y donó a su vez el traje a sus familiares más directos.

    Citar a esos miembros de la familia Monteverde, como ya se explicó en la otra entrada de este blog referente a la historia de las alfombras de flores de La Orotava, es realmente referirse a la familia Betancourt y Molina. Esta familia era propietaria de numerosas fincas en El Realejo Alto y el Realejo Bajo (a donde pertenece una zona denominada curiosamente Icod El Alto, en la cordillera de Tigaiga), así como de la totalidad de la Rambla de Castro y de la finca del Miradero en Icod de los Vinos.


Casona y Hacienda de La Pared, en Icod el Alto
Casa y Hacienda de La Pared en Icod El Alto (Realejo Bajo), que formó parte del Mayorazgo de Castro, situado junto al barranco de Ruiz y que perteneció a la familia Bethencourt y Castro, propiedad luego de la familia Monteverde Betancourt. Es probable que fueran los medianeros de esta finca quienes confeccionaron el traje de Monteverde que se conserva y que inició la tradición del traje típico de La Orotava.

    Esta hacienda había sido la primera en introducir en el archipiélago el cultivo de la papa, siendo traídas las primeras en 1622 de Perú por parte de don Juan Bautista Bethencourt. Desde finales del siglo XVII hasta principios del XVII la hacienda tubo una parte destinada a posada, ya que debido a la cercanía de paso del camino Real que recorría la isla muchos viajeros y comerciantes hicieron noche en ella, ya que disponía de todo lo necesario para pasar la noche, cama, comida y caballerizas donde reponer a las bestias.

    Según algún artículo de prensa, un poderoso grupo empresarial ruso ha formalizado hace unos años la compra de la Hacienda de La Pared. Con esta compra, la citada sociedad rusa pretenía poner en valor la memoria del reconocido ingeniero militar e inventor Agustín de Betancourt y Molina, nacido en el Puerto de la Cruz en 1758, y perteneciente a la prestigiosa familia dueña de la extensa Hacienda desde su fundación.




Fotografía de 1895. En ella Catalina Monteverde y Lugo-Viña luce a sus 16 años el atuendo de icodaltera (o icoraltera, según la escribe Juan de la Cruz en su libro de los trajes típicos de La Orotava, en lo que parece una degradación ortográfica popular de la palabra), que años más tarde dará lugar al que hoy conocemos como traje típico de La Orotava. 


Catalina contrajo matrimonio en 1905 con Tomás de Ascanio y Méndez-de-Lugo (quien encargó y terminó en 1931 el palacete que es actualmente la sede del Liceo Taoro de La Orotava). Y es la madre de Eladia y María, mencionadas en la próxima foto. Y nieta de Leonor del Castillo y Betancourt (o Bethencourt) y de su marido y primo Antonio Monteverde y Betancourt, artífice según la tradición de la primera alfombra de flores para la festividad del Corpus Christi de La Orotava.




Traje típico o de maga de La Orotava, utilizado para las fiestas de San Isidro Labrador, vestido por dos de las hermanas Ascanio y Monteverde, descendientes de las mujeres artífices de las alfombras de flores en La Orotava. En concreto, Eladia y María, eran biznietas de Leonor del Castillo y Betancourt (o Bethencourt) y de su marido y primo Antonio Monteverde y Betancourt. Foto aproximadamente de los años 30 del siglo XX, puesto que Eladia nació en 1907 y María en 1909.
Este traje que se conserva sirvió como modelo para dar lugar al que hoy es conocido como "Traje de La Orotava", popularizado como tal en los años cincuenta del siglo XX.



Cuadro que recrea el traje típico del siglo XIX de la familia Monteverde, realmente familia Betancourt y Molina.

Lo usaban las jóvenes de la familia para participar en la procesión de San Isidro ataviadas a la usanza de los campesinos, siguiendo la vieja costumbre existente en la Villa desde mediados del siglo XIX. 

Esta costumbre es relatada por Mariano Nougues Secall y Elizabeth Murray en 1858 y 1859 respectivamente:

Mariano Secall en 1858: "...Siguen inmediatamente una porción de niños vestidos de pastores al estilo del país y empuñando también varas floridas, y ven detrás niñas con un disfraz semejante y llevando un canastillo con flores deshojadas, que con sus tiernas manitas arrojan sobre la tierra por donde ha de pasar el Santo".

Elizabeth Murray en 1859: "Doce niños, seis de cada sexo, todos pertenecientes a algunas de las principales familias de la isla, son vestidos, como es de esperar en una festividad de este tipo, con la vestimenta propia de los campesinos del país; de este modo ni los más humildes son olvidados en una ocasión como esta, celebrada por todos, con tanta alegría"

La costumbre de "vestir traje típico" o de "mago o maga" se generaliza a finales de la década de los años veinte del siglo XX, sobre todo para participar en demostraciones folklóricas, bailes, etc,.. Se generaliza la costumbre de organizar bailes de magos.


DESAPARICIÓN DE LOS TRAJES REGIONALES Y PERMANENCIA DE LOS TRAJES TÍPICOS

Los trajes tradicionales o regionales europeos parece ser que tuvieron su máximo esplendor en el último tercio del siglo XVIII y a comienzos del siglo XIX, cayendo en desuso a partir de la segunda mitad del siglo XIX. La Revolución Industrial ya en esas fechas había conseguido surtir de géneros industriales más baratos a todos los núcleos poblaciones por apartados que estuvieran, lo que con el tiempo tuvo como consecuencia que se desecharan los tejidos locales para optar por otros más novedosos y variados.

A mediados del siglo XIX la uniformidad en el vestir era ya muy patente en los principales pueblos y ciudades del continente europeo. Las clases campesinas, últimas portadoras de indumentarias diferenciadoras, empiezan a vestir como en la ciudad por estas mismas fechas.


La revolución industrial terminó por inundar el mercado de las telas de fabricación mecánica: el perfeccionamiento de la máquina de coser por parte de los americanos Walter Hunt y Elías Hawe en 1846; la invención de la máquina cortadora de trajes en 1854, la de hacer botones en 1867, etc...


Desde mediados del siglo XIX existen escritos de testimonios que dan fe de estos cambios que van sucediendo en las formas de vestir en las clases populares, pero es en el último cuarto de siglo cuando se puede hablar de nuevas formas de vestir.

Así, Webb y Berthelot relatan en 1839: "..Los frecuentes cambios impuestos por la moda sólo han alcanzado a las clases altas o acomodadas, es decir, a las que pueden pagar sus caprichos. La moda importada de Europa, tiene sus tiendas y bazares en las ciudades de la costa, pero no penetra en los pueblos del interior. La clase media es la que mejor ha conservado los viejos usos y costumbres, con los que es tan grato encontrarse: la indumentaria, la vivienda, los muebles siguen siendo los mismos de otros tiempos. El viajero que recorre el país puede estar seguro de que no va a encontrarse con una impersonal y monótona uniformidad". (Webb y Berthelot, 1839: 31).

Sin embargo, según indica Juan de la Cruz, la durabilidad de las telas del país era mucho mayor, haciéndolas idóneas para las ininterrumpidas tareas del campo. Esta es una de las razones por las que muchos hombres de campo siguieron más apegados a las viejas modas y géneros que iban desapareciendo; primero en las mujeres.

Por lo tanto, los trajes campesinos e incluso los regionales fueron desapareciendo a medida que los campesinos fueron adoptando las nuevas formas de vestir reinantes en toda Europa, conservándose sólo algunos elementos por su gran utilidad y funcionalidad. Por ejemplo las mantas, aunque ya vimos que habían mutado - en los albores o comienzos del siglo XIX - desde la capa o manta centenaria a la manta inglesa (que habían sido fabricadas realmente para cubrir camas). De esta manera la auténtica ropa de campesino prácticamente desapareció y a partir de finales del siglo XIX sólo quedó el traje típico para las celebraciones religioso-populares.


En la segunda República se pasa de Fiesta de San Isidro a Romería. El Liceo Taoro organizó en 1901 un baile de magos infantil y en 1913 en las fiestas principales hubo carrozas y rondallas ataviadas con trajes típicos que interpretaban los sones y bailes de la tierra, feria de ganado, etc,... 

La primera Romería en La Orotava se organiza en 1936, por lo que lo que en un principio era una procesión que acompañaba a San Isidro y a Santa María de la Cabeza y en la que concurrían algunos de los componentes pertenecientes a las clases más pudientes trajeados con modelos del país, se convierte a partir de esas fechas en una cabalgata típica precedida por los santos patrones de los labradores, donde también están presentes carretas adornadas con motivos locales, danzas procesionales, rebaños de ganado, camellos y caballerías enjaezadas y la concurrencia, cada vez más frecuente, de los estratos sociales más populares.

En esos años los trajes tradicionales se conciben de forma algo diferente a los más frecuentes de la actualidad (trajes de La Orotava). Los que estaban en uso eran los mismos que se lucían en iguales celebraciones por el resto de la geografía isleña. Aparecen prendas ya en desuso en los últimos años del siglo XIX con otras de aparición más reciente, por haber nacido estos modelos en la transición de finales del siglo XIX con el XX. Las prendas más antiguas serían las mantillas, los justillos, las faldas listadas para las mujeres y para los hombres los chalecos y los fajines listados. Las más modernas serían el sombrero de maga, la camisa con hechuras modernas, el delantal y las botas de botones o polacas. Para las faldas se recurre a telas de géneros lisos de varios colores, normalmente el negro, a las que ahora se cosen cintas de colores para imitar los seculares tejidos de cordoncillo usados en el siglo XIX.


En los años 40 del siglo XX, Eladia Machado y Méndez-de-Lugo, nieta de Felipe Machado y Benítez-de-Lugo (artífice de la primera gran alfombra en la plaza del ayuntamiento en 1919) se dedicó a la venta de labores de artesanía canaria, especializada en calados y rosetas. Comienza a comerciar en la "Casa de los Balcones" (o casa Méndez Fonseca, que su padre había comprado a los herederos del industrial A. Díaz-Flores y Cartaya) unos modelos de trajes típicos de varón y hembra bajo la denominación de "trajes de La Orotava". El de la mujer es una transformación del modelo de "Icod El Alto" conservado por la familia Monteverde. El del hombre, basado en un modelo tradicional, se recarga de bordados y calados, abandonando su austeridad característica.

En 1956 se elige de manera formal la primera romera mayor en la Romería en Honor a San Isidro Labrador y Santa María de la Cabeza, en la persona de Nieves Martín y Lugo-Viña.

Como se ha explicado, los trajes típicos por tanto no siempre se corresponden con modelos realmente usados antaño por las clases populares. Más bien son modelos transformados o adulterados que, por diferentes razones, se han popularizado como tales. 

En cambio, los últimos modelos estandarizados en Tenerife desde los años 80 del siglo XX intentan corresponder al menos con los trajes tradicionales usados a comienzos del siglo XIX en Tenerife, en un intento de recuperarlos desde las láminas que nos llegaron de Alfred Diston (1793-1861) y de Antonio Pereira (1790-1858).

En nuestros días, los tinerfeños sólo visten el traje típico de cada zona - incorporando algunos elementos de los antiguos trajes tradicionales- en la romería y baile de magos de San Isidro Labrador, en Navidad para vestirse de pastores en las recreaciones del Portal de Belén, en comedias costumbristas, exhibiciones a turistas, etc...

El esquema de fiesta canaria será el modelo que a lo largo de todo el siglo XX y lo que va de siglo XXI se va repitiendo en muchos municipios de la isla.

Como curiosidad, añadir que el traje típico de Gran Canaria es inventado por el artista Néstor Fernández de la Torre ya en el año de 1923, al no tener la isla redonda ningún traje representativo/identitario antes de esa fecha.





Señas de identidad de la vestimenta tradicional, asimiladas como propias, de Gran Canaria, en el Parador de Tejeda -Gran Canaria. 


Maga vestida con el Traje Típico de La Orotava, detalle del sombrero, pañuelo y justillo.
Foto del blog de Casa de Casa de los Balcones de La Orotava. 


Pinchar aquí para ir a enlace de Casa de los Balcones





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Veamos cómo son los TRAJES TÍPICOS en otros lugares:

MADEIRA.-

Los trajes típicos de Madeira (la enagua de cordón de las mujeres con una secuencia viva de colores) son también muy similares a los de La Orotava. En el traje femenino de Madeira predomina el color rojo. Antiguamente las mujeres casadas y solteras usaban capas de color rojo mientras las viudas usaban capas azules.

Influencias demográficas y sociales entre los dos archipiélagos podrían explicar dicha coincidencia. Si - como se explicó antes - la mayor parte de las prendas de la indumentaria campesina de Canarias están presentes desde la época de la conquista, no parece tan extraño que no difiera mucho la indumentaria de Canarias con la de Madeira, pues muchos de los pobladores de Canarias del siglo XVI eran oriundos de Madeira, Azores, etc,..., existiendo desde esa época profundas relaciones entre los distintos archipiélagos de la Macaronesia. No hay que olvidar que hasta que comenzó el tráfico comercial aéreo en el siglo XX, las comunicaciones eran sólo por mar. En esa época, muchos barcos que venían de Madeira recalaban en Tenerife, y viceversa, al ser ambos puertos estratégicos en la ruta entre Europa y América.

Portugal, como aliado, tuvo profundas relaciones comerciales con Inglaterra en la segunda mitad del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX. Desde Maderia, al igual que desde Tenerife (incluso cuando estábamos en guerra con Inglaterra), se exportaba vino a Gran Bretaña (y a Estados Unidos, en la segunda mitad del siglo XVIII) con lo también contaban con un intenso tráfico de barcos que venían con mercancías inglesas para luego irse cargados de barriles de vino. Desde Tenerife había un comercio triangular: Londres, Tenerife, Newport (Rhode Island - Nueva York)

Hay que tener en cuenta que en esa época Portugal se acercó siempre a Reino Unido como aliado, mientras que España y Francia fueron de la mano para luchar contra Reino Unido. Ello supuso que en las épocas de conflictos bélicos (también con la independencia de EEUU), Madeira estuviera más cerca de Reino Unido y Tenerife de EEUU. En ese contexto se explica la hipótesis planteada de que para brindar con la independencia de EEUU realmente brindaran con vidueño tinerfeño (llamado en aquella época falso madeira) en vez de con el madeira que solía regar las colonias inglesas de América. Esta hipótesis se ve además reforzada por el hecho de que Benjamín Franklin se sabe que recibía y apreciaba los caldos tinerfeños, que recibía de su amigo irlandés afincado en Tenerife John Cólogan (Puerto de la Cruz - Tenerife). 

    El Tratado de Methuen de 1703, o tratado de Paños y Vinos, firmado en plena guerra de Sucesión española, un acuerdo entre Portugal e Inglaterra en vigor entre 1703 y 1836 (¡133 años!) suponía el intercambio entre productos textiles ingleses y vino portugués. El tratado se menciona a menudo como uno de los factores en la supresión de la industria portuguesa y el consiguiente vínculo de la economía del país con la británica, lo que finalmente lleva a la economía portuguesa al estancamiento. Se cree que los resultados del tratado fueron desfavorables para Portugal porque las telas inglesas fueron fabricadas con una técnica refinada, muy superior a las producidas por la industria portuguesa. Además, el aumento de las exportaciones de vino derivado del acuerdo no fue suficiente para equilibrar la balanza comercial entre ambos países, provocando enormes pérdidas a los portugueses, ya que, además del consumo por parte de los ingleses de sus vinos, nunca llegó a compensar. Como cuota del consumo de tejidos ingleses, sus tierras cultivables se convirtieron en gran parte en bodegas, provocando una escasez de alimentos hasta el punto de recurrir a la importación. Así, Portugal, que podría haberse convertido en una potencia económica con el oro explotado de Brasil, terminó volviéndose muy dependiente de la economía inglesa, entrando en un declive económico y político del que nunca saldría.

    Según explica Carlos Cólogan en su libro "Tenerife Wine" (2017), el escocés George Glas mencionó en sus escritos que la isla de Tenerife exportaba a Gran Bretaña e Irlanda dinero, plata y oro, y pocos vinos pues se había perdido casi completamente el gusto por el antiguo malvasía de Tenerife. Glas indica también que el comercio con Norteamérica desde Tenerife era algo mayor y que en ese año salieron más de 15.000 pipas (Humboldt en 1799 habla de unas 25.000 pipas de producción total de vinos en Tenerife, más de 10 millones de litros), estando esta exportación en manos de los irlandeses arraigados en la isla. Las redes comerciales irlandesas se extendían por los puertos de Europa, donde los factores establecidos en cada lugar tenían relaciones familiares con el resto. Carlos Cólogan sigue explicando que, poco a poco, los nuevos vinos de Tenerife, los vidonias (o vidueños), comenzaban a tener una aceptable calidad, mejorando su reputación en Londres. Además, ayudó en 1764 el fin de la guerra con Inglaterra.

    Como otro ejemplo de las relaciones y contactos en el siglo XIX entre Madeira y Tenerife y entre ambas con Inglaterra (a donde ambas islas habían estado exportando masivamente vino), citar que una hija de Alfred Diston - Plácida Diston y Orea - se casó con  John Howard Edwards, que había nacido en Funchal, Madeira, en 1830. En agosto de 1846 arribó a Tenerife, donde más adelante contrajo nupcias con Plácida.  En el panorama insular John Howard ocupa relevantes cargos en el ámbito político y social: fue vicecónsul de Inglaterra en las Islas desde 1851 hasta su muerte; ejerció como anfitrión en la visita de los príncipes de Gales a Tenerife en 1871 y, en 1885, fundó con sus sobrinos Hugh Henry y Charles Howard Hamilton la célebre compañía consignataria de buques “Hamilton and Co”.

Ya hemos apuntado antes que el portugués (de Madeira) John Howard Edwards fue abuelo del tinerfeño Andrés de Lorenzo-Cáceres y Torres, al cual le llegaron y custodió los Costumes inéditos de Alfredo Diston, y que fue director del Instituto de Estudios Canarios entre 1936 y 1952 y también el mayor estudioso de su época de este asunto de los trajes tradicionales.


María de la Concepción Darmanin y Contreras, que vivió en La Laguna, casada con Don Benjamín Renshaw de Orea, hijo de Don Benjamín Renshaw Hutchinson, Cónsul General
de los Estados Unidos de Venezuela, nacido en Londres a 9 de noviembre de 1791, y de Doña Francisca de Orea y Luna, nacida en Cádiz el 10 de febrero de 1798, se casaron en la isla de Madera el 6 de junio de 1817.

Otros ejemplo de las abundantes relaciones y contactos familiares y comerciales entre Madeira y Tenerife son los siguientes, los cuales merecerían sin duda mayores indagaciones:


Antonio de Monteverde y Rivas, suegro de la citada Leonor del Castillo Betancourt (artífice de la primera alfombra de flores de La Orotava en los mismos años que esta misma familia creó el traje típico de La Orotava), tuvo como abuela a Cecilia Ana Home de Franchi Béthencourt, esposa de Valentín José de Rivas y Béthencourt Castro, que había nacido en en la "isla de La Madera" el 28 de septiembre de 1731, y que fue hija a su vez de la maderiense Antonia Bernarda de Béthencourt Aragón y Heredia. El afincado en Lanzarote Maciot de Bethencourt había tenido abundante descendencia que pasó a Madeira a lo largo del siglo XVI. (págs 543 a 545, y 586, del tomo III del NC).  

Cristóbal del Hoyo-Solórzano y Sotomayor, primer Vizconde de Buen Paso por Real Despacho de 10 de febrero de 1703. Su vida extraordinaria ha servido de tema a una novela, El Vizconde de Buen Paso, original del Presbítero e historiador José Rodriguez Moure (La Laguna de Tenerife, 1908), y a una comedia, Lances y aventuras del Vizconde de Buen-Paso, fruto de la pluma del ilustre periodista y escritor Leoncio Rodríguez (Santa Cruz de Tenerife, 1947). Su biografía fue trazada por José de Viera y CIavijo en la Biblioteca de Autores Canarios que incluyó en el tomo IV de sus Noticias (Madrid, 1783); por Agustín Millares Torres en sus Biografías de Canarios Célebres, 1 (Las Palmas, 1872); etc, etc.. Pues bien, tras escaparse de la prisión de Paso Alto, donde había sido recluido, logró llegar al Puerto de La Orotava y embarcar en él, acompañado de Domingo de Franchi y de los dos centinelas que había sobornado, hacia la isla de la Madera, en la que permaneció cinco meses, alojado en casa de Luis Agustín del Castillo. El 4 de junio de 1733 embarcó en Funchal rumbo a Lisboa. En conclusión, Luis Agustín del Castillo tenía casa en Madeira.






En esta postal de comienzos del siglo XX los trajes típicos
de Madeira se atribuyen erróneamente a la isla de Gran Canaria. 




Los bailes en Madeira recuerdan también a los de Canarias.








Lámina del libro de Isabella de Franca.
Isabella de Franca, maniquí en exposición en el Madeira Story Centre.
En los años 30 del siglo veinte, un coleccionista y abogado de Madeira (el doctor Frederico de Freitas) encontró por casualidad en una librería de segunda mano de Londres el manuscrito de un curioso diario de viaje de una señora inglesa, de mediados de ochocientos y nunca publicado, con 342 páginas, escritas a mano y acompañadas de acuarelas. Estaba listo para ser impreso y envuelto en un papel que decía: "Diario de una visita a Madeira y Portugal, con dibujos para ilustrarlo. Artículo único".
El Diario de una visita a Madeira y Portugal, 1853-1854, fue escrito e ilustrado por Isabel de Francia (1795-1880), casada con José Henrique de Francia, con raíces en Madeira. Isabella fue a Madeira en luna de miel, contaba ya 57 años y el marido 50. José Henrique de Franca, su esposo, de 51 años, nació en Covent Garden, Londres y era descendiente de un emigrante de Madeira. Isabella de Franca , la escritora de 58 años, vino a Madeira para visitar la tierra de su suegro, durante una luna de miel de aventuras que compartió su inspiración con sus propios cuadros y su propia pintura.Su estancia en Madeira duró aproximadamente un año y el viaje en barco, el Eclipse, partió de Londres y duró aproximadamente 15 días.

En el diario, se revela escritora y acuarelista con talento, particularmente atenta a los medios de transporte tradicionales de la isla. Las llanuras, redes, cierres y carros de cesto eran fundamentales en un relieve accidentado e inaccesible, aún lejos de la comodidad del asfalto contemporáneo.

Madeira se convirtió en destino de vacaciones y reposo a partir del siglo XVIII, afamada por la naturaleza generosa y el clima propicio para el tratamiento de la tuberculosis. Durante el siglo XIX, el archipiélago fue ampliamente difundido en Inglaterra en álbumes de estampas.








NÁPOLES (DOS SICILIAS):

Trajes regionales (CONTADINI) de la zona Nápoles en el siglo XIX, en los que - aunque el parecido es mucho menor - se observan ciertas similitudes de base con el de La Orotava y seguramente con el de la mayoría de las regiones de Europa (el Reino de Nápoles Dos Sicilias estuvo gobernado durante gran parte de los siglos XVIII y XIX por los Borbón Dos Sicilias, parientes siempre de los Borbón de España, dado los frecuentes matrimonios cruzados (Carlo di Borbone, rey de Nápoles, fue Carlos III rey de España a la muerte del anterior rey de España que era su hermano mayor). El contacto entre España y Nápoles fue en esos siglos muy intenso y en especial en la primera mitad del siglo XIX. En 1870 se produce la unificación de Italia y desaparece el gobierno de los Borbón-Dos Sicilias:






















Varias postales de mujeres con el traje típico o de campo (contadini) de Nápoles. En la lámina de en medio, la falda o enagua parece tener una combinación de colores similar a la de Tenerife o Madeira.

Lámina del siglo XIX con trajes tradicionales napolitanos



TOSCANA (PENÍNSULA ITÁLICA):

Ejemplos de trajes de mago (CONTADINI) de Toscana, también en la península itálica, donde las diferencias parecen mayores aunque se aprecian prendas comunes:








RESTO DEL TERRITORIO ESPAÑOL:

Y en el resto del territorio español se pueden apreciar en muchos casos semejanzas y raíces comunes con los trajes típicos de Canarias, según puede comprobarse en el siguiente enlace:





EN INGLATERRA:

En Inglaterra no existe en la actualidad traje típico que la represente, al contrario de lo que sucede en Gales y en Escocia. 

Recordemos lo que dijo en 1764 George Glas, que describe a los campesinos de Tenerife de esta manera: "Los campesinos se visten siguiendo la moda moderna de los españoles, que se parece mucho al vestido de la gente del pueblo en Inglaterra, con la única diferencia que aquí los nativos, cuando se engalanan, llevan largas capas en vez de casacas" ; "...Las mujeres de menos rango llevan en la cabeza una gasa de lino basto, que les cae sobre los hombros; la sujetan con un alfiler por debajo de la barbilla, de manera que la parte inferior sirve de pañuelo para cubrir su cuello y su pecho. Por encima de esto, cuando salen, llevan un sombrero de alas bajadas, para proteger sus caras del sol, y sobre sus hombros una mantilla de bayeta, franela o paño de lana. No llevan corsé, sino una corta y ajustada chaqueta acordonada por delante, llevan muchas enaguas, lo cual les hace aparentar desmesuradamente voluminosas" (Glass, 1764: 282-283).


En el libro Clothing The Poor in Nineteenth-Century England, de Vivienne Richmond, se hacen las siguientes afirmaciones para ese país:

- "Entre 1801 y 1911 la población de Inglaterra y Gales creció de 9 a 40 millones. En el mismo período el porcentaje de residentes en ciudades creció desde un tercio hasta el 80%, con un 74% del total de la población siendo clase trabajadora industrial urbana. La ropa utilizada en el siglo XVIII, para la vida y labores del campo, dejaron de ser apropiadas en el siglo XIX".

- "A finales del siglo XVIII la ropa tradicional de los hombres campesinos ingleses consistía en una camisa de lino; una especie de pantalón ("breeches") hasta las rodillas hecho de algodón, cuero o lana; un "smock" o chaleco de lana, lino o algodón; y una capa de lana o chaqueta. Los accesorios comprenden medias de algodón o estambre; zapatos abrochados o botas; un sombrero y pañuelo ("neckcloth" or "handerkchief") de seda o muselina; y, para el viento, un "apron" (delantal?) de cuero."  








- "A finales del siglo XVIII la ropa tradicional de las mujeres campesinas inglesas consistía en un "shift" (cambio?) de lino debajo de un corsé de cuero o tipo "boned" (?); una o más enaguas ("petticoats") de lana, lino o algodón; quizás una de ellas acolchada (quilted); y ya sea una chaqueta, un camisón ("bedgown") de lino o algodón, o un "stuff gown" (?) de lino o algodón; calcetines de algodón o estambre, zapatos de cuero o abrochados; un delantal ("apron") de lino o algodón, cubierta la cabeza con un  "cap" de lino, sombrero de paja, seda o "chip"; un pañuelo ("handerkchief") o chal ("shawl") de lino, seda o algodón; y una capa ("cloak"), normalmente o bien de lana roja (red woolen cloth) o bien de seda negra (black silk)."    

Es interesante el detalle de la capa roja en la vestimenta femenina, pues es una característica de los trajes de La Orotava y de Madeira.


En el libro The Dress of the People su autor John Styles se propone demostrar que los pobres ingleses del siglo XVIII eran víctimas de la moda tan voluntariosas como los señores, las damas, los escuderos y los comerciantes de la ciudad que componían la élite de la nación. Su argumento se sostiene en que, desde la restauración de Carlos II en 1660 hasta la Gran Ley de Reforma de 1832, la gente común experimentó una mejora en todos los aspectos de su vida material (té y azúcar, los frutos de lo mercantil y colonial expansión, cambio de dietas). Pero es en sus ropas, argumenta Styles, donde vemos esta transformación más claramente. Las personas pobres interesadas en la moda usaban versiones simplificadas de los estilos de élite, la forma más cercana a la ropa que usaban las clases sociales superiores cuando estaban en el campo o en casa como ropa de la mañana.









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